jueves, 9 de diciembre de 2010

Elogio de la lectura y la ficción. Discurso de Mario Vargas Llosa al recibir el Premio Nobel de Literatura 2010




"La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julien Sorel sube al patíbulo, y cuando, en “El Sur”, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.

Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos —aunque nunca llegaremos a alcanzarla— a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.

En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy —que trato de ser— fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-François Rével, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china.

De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del General de Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.

De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía Hay, hermanos, muchísimo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudo democracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo, América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.

Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país —lo que tampoco tendría mucha importancia—, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.

Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de África del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si —el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan— el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de Estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.

Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “todas las sangres”. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y a lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!

La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.

Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso —triste consuelo— descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.

De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal.

Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de cómo, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.

Detesto toda forma de nacionalismo, ideología —o, más bien, religión— provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.

No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.

El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban “el pie ajeno” —lindo y triste apelativo—, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño —la llamábamos el Barrio Alegre—, donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad.

El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.

Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfesable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.

Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. “Escribir es una manera de vivir”, dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.

Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos años de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un escenario cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, con Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta años, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó).

La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.

Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas —rayos, truenos, gruñidos de las fieras—, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.

Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.

De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible."

Estocolmo, 10 de diciembre de 2010.

domingo, 21 de noviembre de 2010

XIPE TÓTEC de Thomas Glassford




Para conmemorar el Centenario de la Universidad Nacional, Thomas Glassford ha realizado una instalación in situ que utiliza como soporte la torre del Centro Cultural Universitario Tlatelolco –un hito modernista diseñado por Pedro Ramírez Vásquez para albergar a la Secretaría de Relaciones Exteriores– a un costado de la histórica Plaza de las Tres Culturas, donde tuvo lugar la matanza de manifestantes pacíficos unas semanas antes de iniciarse las Olimpiadas de México en 1968.

Una red intrigante, relativamente invisible durante el día, se enciende como llamas por la noche transformándose en un patrón lumínico tan complejo como la misma historia del sitio. La intervención arquitectónica de Glassford, técnica y visualmente intrincada, cubre las cuatro fachadas del edificio con un velo de diodos emisores de luz rojos y azules. La geometría de la retícula parte de la fascinación del artista por las presunciones culturales acerca de nuevos descubrimientos: formaciones de cuasi-cristales y mosaicos a-periódicos, configuraciones que por definición carecen de simetría traslacional. “Descubiertas” recientemente por científicos occidentales – inicialmente como un enigma matemático– las formaciones de cuasi-cristales se han encontrado en la naturaleza como estructuras subatómicas cristalinas. Después de este hallazgo, un estudiante de física haciendo su doctorado en Harvard fue capaz de reconocer dicho patrón en la arquitectura persa del siglo XV mientras realizaba un viaje en el Irán actual. Su presencia en la arquitectura medieval no sólo dejó perpleja a la comunidad científica, sino que se consideró imposible. La celebración del triunfo de los logros de una cultura sobre la otra es interminable y puede ser entendida como una poética paralela al sitio de la instalación de Glassford, misma que se sitúa en un paisaje urbano cíclicamente definido y profanado por las presunciones de civilizaciones sucesivas. En Tlatelolco convergen los restos de uno de los más importantes conjuntos arqueológicos del Valle de México –el antiguo centro administrativo de más de veinte barrios– y la iglesia virreinal de Santiago Apóstol construida a partir de los escombros de templos aztecas saqueados. También es ahí dónde se encuentra el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco –primer crucero cultural del Nuevo Mundo.

Acertadamente, con el título de la obra, Glassford decide venerar al dios azteca o mexica, Xipe Tótec. También llamado “Nuestro Señor el Desollado” o el “Bebedor Nocturno”. Xipe Tótec se excorió para alimentar a la humanidad, un acto que refleja el desprendimiento de la capa externa de la semilla del maíz antes de su germinación, un acto de rejuvenecimiento. En el mundo azteca, los sacerdotes se ataviaban de las pieles de los guerreros derrotados como un símbolo de renacimiento, de salud y de vida. De la misma forma, Tlatelolco se viste con una nueva piel cuyo sistema capilar resplandece para conmemorar una nueva vida como centro cultural, un faro visible desde cualquier punto estratégico del Valle de México.

Puedes obtener más información sobre el artista en Sicardi Gallery

Thomas Glassford Commissoned to Commemorate the Centennial of the National University of Mexico



To commemorate the centennial of the National University of Mexico (today known as the UNAM), Thomas Glassford has created a site-specific installation that covers the main tower of the new University Cultural Center in Tlatelolco. This—a modernist landmark was designed in 1963 by Pedro Ramírez Vásquez to house Mexico's Ministry of Foreign Affairs. A relatively invisible but intriguing web by day, the work is set aflame by night in a luminous pattern as complex as the history of the site itself.

Glassford’s monumental work is a relatively invisible but intriguing web by day, which is set aflame at night in a luminous pattern as complex as the history of the site itself. The technically and visually intricate architectural intervention covers all fourth marble façades of the building in a red and blue veil of neon-like LEDs. The geometry of the network is based on about new findings: quasi-crystals and a periodic tiling, configurations that by definition lack translational symmetry. Beyond the intricate geometries, however, Glassford was fascinated by the cultural presumptions that shaped recent studies of these forms. In the 1970s, Western scientists, including Roger Penrose, “discovered” these forms—initially as an abstract mathematical conundrum, but then —quasi-crystal formations were found to exist in nature as the crystalline substructures of atoms. However, the story is more complicated: in 2007, a Harvard doctoral student specialized in this field of physics was able to recognized the same patterns in fifteenth-century Persian architecture while traveling in through modern current day Iran in—of all things—fifteenth century Persian architecture. This medieval appearance in “medieval” architecture use of such complex forms, long unknown in the West, not only baffled the scientific community. Cultural biases prevented them from admitting that the Persians had figured it all out half a millennium before.

The never-ending celebration of one culture’s accomplishments over another’s serves as a poetic parallel to the site of Glassford’s installation, situated in an urban landscape that has been defined and defiled by the presumptions of successive civilizations, all of which have converged at Tlatelolco. An important city and market center during the Aztec period, Tlatelolco remains of one of the most important pyramids archeological sites in the Valley of Mexico. Adjacent to the restored pyramids, the church and monastery of Santiago Apóstol, built in the 1530s from the wreckage of razed temples, was also the site of the College of Santa Cruz de Tlatelolco, a center of learning where Franciscan monks imposed Western Christian doctrine on their elite indigenous students, a process that would continue in the following centuries throughout the “New World”. After the construction of the Ministry of Foreign Affairs in the early 1960s, and the erection of a nationalist historical Plaza de las Tres Culturas nearby, the word “Tlatelolco” took on a new and more violent connotation after the historical student massacre took place— weeks before Mexico hosted the 1968 Summer Olympics–when the students were being congregated to start a pacific demonstration against the government. All these events occurred in the shadow of the Ministry’s tower.

Appropriately, the Aztec deity Xipe Totec is alluded to through Glassford’s title. Also known as “Our Lord the Flayed One” or “Drinker of the Night,” Xipe Totec skinned himself in order to feed humanity, an act akin to maize shedding its outer layer in order to germinate—an act of rejuvenation. In the Aztec world, priests wore the complete skins of flayed warriors as symbols of regrowth, fertility and life. Likewise, Tlatelolco has been sheathed in a new skin: its capillaries glow to commemorate a new life as a cultural center—a beacon visible from any vantage point of the Valley of Mexico.

To know more about the artist visit Sicardi Gallery

lunes, 15 de noviembre de 2010

Manfred Max-Neef y su concepto de economía descalza o "barefoot economy"


Traducida al español por Rose Mary Salum

Hace unas semanas, Amy Goodman entrevistó al reconocido economista chileno Manfred Max-Neef. Ahora presentamos en este blog de Literal, la conversación que se dio lugar entre ellos en Bonn, Alemania. La entrevista original en inglés se encuentra en la página de Democracy Now a quien agradecemos el permiso de traducir esta conversación. Manfred Max-Neef ganó en 1983 el Right Livelihood Award, dos años después de haber publicado su libro Economía Descalza Señales desde el Mundo Invisible. El economista comienza por explicarnos el concepto de la economía del descalza.

MANFRED MAX-NEEF: Bueno, es una metáfora, pero es una metáfora que se originó en una experiencia concreta. Yo trabajé al rededor de diez años de mi vida en áreas de pobreza extrema, en las sierras, en la jungla, en áreas urbanas en distintas partes de Latinoamérica. Al comienzo de este periodo, estaba un día en una aldea indígena en la sierra de Perú. Era un día horrible; había estado lloviendo todo el tiempo. Estaba parado en una zona muy pobre y enfrente de mí estaba otro hombre parado sobre el lodo ( no en el barrio pobre sino en el lodo). Y bueno, nos miramos. Este era un hombre de corta estatura, delgado, con hambre, desempleado, cinco hijos, una esposa y una abuela. Yo era el refinado economista de Berckeley, maestro de Berckeley, etc. Nos mirábamos frente a frente y de pronto me di cuenta de que no tenía nada coherente que decirle en esas circunstancias; que todo mi lenguaje de economista era obsoleto. ¿Debería decirle que se pusiera feliz porque el producto interno bruto había subido un 5% o algo así? Todo era completamente absurdo. Entonces descubrí que no tenía un lenguaje para ese ambiente y que teníamos que inventar un idioma nuevo. Ese es el origen de la metáfora “barefoot economy” o economía descalza, que, en concreto, significa la economía que un economista usa cuando se atreve a meterse en los barrios bajos. El punto es que los economistas estudian y analizan la pobreza desde sus oficinas lujosas, poseen todas las estadísticas desarrollan todos los modelos y están convencidos de que saben todo lo que hay que saber sobre la pobreza. Pero ellos no entienden la pobreza. Ese es el gran problema. Y es también el motivo por el cual la pobreza aún existe. Esto cambió completamente mi vida como economista. Inventé un lenguaje coherente para esas condiciones de vida.

AMY GOODMAN: ¿Y cuál es ese idioma? ¿Cómo aplicas un sistema económico o haces que las circunstancias expliquen esos cambios?

MANFRED MAX-NEEF: No, la cosa es mucho más profunda. Es decir, no es como una típica receta que te da alguien de tu país, en donde te dicen "te garantizamos quince clases o la devolución de tu dinero." Ese no es el punto. Deja ponértelo de esta manera. Hemos alcanzado un punto en nuestra evolución en el que sabemos muchas cosas. Sabemos muchísimo pero entendemos muy poco. Nunca en la historia de la humanidad ha habido tanta acumulación de conocimiento como en los últimos cien años. Mira cómo estamos. ¿Para qué nos ha servido el conocimiento? El punto es que el conocimiento por sí mismo no es suficiente. Carecemos de entendimiento. La diferencia entre conocimiento y entendimiento te la puedo explicar con un ejemplo. Vamos a pensar que tú has estudiado todo lo que puedes estudiar desde una perspectiva teológica, sociológica, antropológica, bioquímica y biológica sobre un fenómeno llamado amor. El resultado es que tú sabrás todo sobre el amor, pero tarde o temprano te vas a dar cuenta de que nunca entenderás el amor a menos de que te enamores. ¿Qué significa esto? Que sólo puedes llegar aspirar a entender aquello de lo que te vuelves parte. Como dice la canción latina, somos mucho más que dos. Cuando perteneces, entiendes. Cuando estás separado, solo acumulas conocimiento. Y esa ha sido la función de la ciencia. Ahora bien, la ciencia se divide en partes pero el entendimiento es completo. Holistico. Eso sucede con la pobreza. Yo entendí la pobreza porque estuve allí; viví con ellos comí con ellos y dormí con ellos. Entonces comienzas a entender que en ese ambiente hay distintos valores, y diferentes principios-- comparados con los que existen allí de donde tú provienes y te das cuenta de que puedes aprender cosas fantásticas de la pobreza. Lo que he aprendido de los pobres supera lo que aprendí en la universidad. Pero pocas personas tienen esa oportunidad, ¿te das cuenta? Ellos ven la pobreza desde afuera en lugar de estarla viviendo desde adentro. Aprendes cosas extraordinarias. Lo primero que aprendes y que los que quieren mejorar el sistema de vida de los pobres no saben, es que dentro de la pobreza hay mucha creatividad. No puedes ser un tonto si quieres sobrevivir. Cada minuto tienes que estar pensando, ¿qué sigue? ¿qué puedo hacer aquí? ¿qué es esto y lo otro y lo otro? Así que el estado creativo es constante. Además, están los contactos, las cooperativas, la ayuda mutua y toda una gama de cosas extraordinarias que ya no se encuentran en las sociedades dominantes, las cuáles, son individualistas, avaras, egocentristas, etc. Allá encuentras exactamente lo opuesto de lo que ves acá. Y es sorprendente porque a veces llegas a encontrar gente más feliz entre los pobres que la que encontrarías en tu propio ambiente. Lo que ya te dice que la pobreza no solo es una cuestión de dinero. Es algo mucho más complejo.

AMY GOODMAN: ¿Qué crees que debamos cambiar?

MANFRED MAX-NEEF: ¡Oh!, casi todo. Somos dramáticamente idiotas. Actuamos sistemáticamente en contra de las de las evidencias que tenemos. Conocemos todo lo que no debemos hacer. No hay nadie que no sepa esto. Especialmente los grandes políticos saben exactamente lo que no se debe hacer. Y aún así lo hacen. Después de lo que pasó en octubre del 2008, tú pensarías que van a cambiar porque se han dado cuenta de que el modelo económico no funciona. Que incluso tiene un alto nivel de riesgo. Es drásticamente peligroso. Y uno se pregunta:¿Cuál fue el resultado de la última reunión de la Comunidad Europea? Ahora son más fundamentalistas que antes. De tal modo que de lo único de lo que se puede estar seguro es de que ya viene la próxima crisis y que será mucho más fuerte que la actual. Pero para entonces ya no habrá suficiente dinero. Esas son las consecuencias de la estupidez humana.

AMY GOODMAN: Si tú estuvieras al cargo de la economía ¿qué harías para evitar otra catástrofe?

MANFRED MAX-NEEF: Primero que nada, necesitamos economistas más cultos, que sepan historia, de dónde vienen, cómo se originan las ideas, quién hizo qué y así sucesivamente. Lo segundo es que un economista se percibe como un subsistema dentro de un sistema más grande que es finita: la biosfera. También entiende que el crecimiento económico es imposible. En tercer lugar, un sistema que entiende lo anterior sabe que no puede funcionar sin tomar en serio los ecosistemas. Pero los economistas no saben nada de ecosistemas. No saben nada de termodinámica, ¿sabes? Nada de biodiversidad. Quiero decir, son totalmente ignorantes con respecto a estos temas y otra cosa así. Realmente no entiendo en qué puede dañar a un economista saber que si los animales desaparecen, él también desaparecerá porque entonces ya no habrá qué comer. Pero él no lo sabe, que dependemos completamente de la naturaleza ¿te das cuenta? Sin embargo, para los economistas que tenemos hoy en día, la naturaleza es un subsistema de la economía. Es completamente absurdo. Además, debemos acercar al productor con el consumidor. Yo vivo en el sur de Chile y ésa es una zona fantástica, tenemos toda la tecnología para la creación de productos lácteos de calidad. Hace unos meses estaba en un hotel desayunando. Noté estos paquetitos de mantequilla sobre la mesa. Tomé uno y descubrí que la mantequilla venía de Nueva Zelanda. Es absurdo ¿sabes? ¿y por qué sucede una cosa así? Porque los economistas no saben calcular costos. Traer mantequilla desde un lugar que queda a 20,000 kilómetros a un lugar en donde se produce la mejor mantequilla bajo el pretexto de que es más barato es una estupidez descomunal. ¿No toman en cuenta el impacto que causan esos 20,000 km de transporte sobre la naturaleza? Por si fuera poco, es más barato porque está subsidiado. Es un caso muy claro en el que los precios no revelan la verdad. Todo tiene un doble fondo ¿sabes? Pero ésos causan mucho daño. Si se acerca al productor con el consumidor, uno comerá mejor, tendremos mejores alimentos y sabremos de dónde vienen. Incluso podrías llegar a conocer a la persona que lo produjo. Se humaniza el proceso ¿sabes? Pero hoy en día lo que los economistas hacen está totalmente deshumanizado.

AMY GOODMAN: ¿No crees que la misma tierra nos forzará a actuar de diferente modo? ¿Estamos llegando al fin?

MANFRED MAX-NEEF: Sí claro. Ya algunos científicos lo están diciendo pero yo aún no he llegado a ese punto. Pero muchos lo creen y piensan que es definitivo: estamos fritos. Dentro de algunas décadas no habrá más humanos. Yo personalmente no creo haber llegado a ese punto, pero si diré que ya cruzamos el primero de los tres ríos. Y si observas lo que está pasando en todos lados, sí es alarmante cómo la cantidad de catástrofes ha ido en aumentando. Y se manifiestan de todas formas: tormentas, terremotos, erupciones volcánicas. El número de eventualidades crece dramáticamente y nosotros seguimos haciendo lo mismo.

AMY GOODMAN: ¿Qué has aprendido en las comunidades en las que has trabajado que te de esperanza?

MANFRED MAX-NEEF: La solidaridad de la gente. El respeto por los otros. Ayuda mutua. Nada de avaricia. Éste es un valor inexistente dentro de la pobreza. Y uno pensaría que allí es donde estaría más presente. Que la avaricia la poseen los que menos tienen. No, al contrario, entre más tienes más quieres. Esta crisis es el producto de la avaricia. La avaricia es el valor dominante del mundo actual. Mientras persista, estamos acabados.

AMY GOODMAN:¿Cuáles serían los principios que enseñarías a los jóvenes economistas?

MANFRED MAX-NEEF: Los principios de los economistas deberían estar fundamentados en cinco postulados y un valor esencial.
Primero: la economía está para servir a las personas y no las personas para servir a la economía.
Segundo: el desarrollo es para las personas, no para las cosas.
Tercero: crecimiento no es lo mismo que desarrollo y el desarrollo no necesariamente requiere de crecimiento.
Cuarto: no hay economía que sea posible en la ausencia de servicios de ecosistema.
Quinto: la economía es un subsistema de un sistema mayor y finito: la biosfera. Por ende, el crecimiento permanente es imposible.
Y el valor esencial para sostener una nueva economía debería ser que ningún interés económico, bajo ninguna circunstancia, puede estar por encima de la reverencia de la vida.

AMY GOODMAN: Explica lo que acabas de mencionar.

MANFRED MAX-NEEF: Nada puede ser más importante que la vida. Y digo vida, no seres humanos porque, para mí, el centro es el milagro de la vida en todas sus manifestaciones. Pero hay un interés económico, es decir, uno no solo se olvida de la vida y otros seres vivientes sino, de los humanos. Si recorres esta lista que acabo de mencionar, uno a uno, verás que lo que tenemos ahora es exactamente lo contrario.

AMY GOODMAN: Ve al tercer punto, crecimiento y desarrollo y explícalo por favor.

MANFRED MAX-NEEF: El crecimiento es una acumulación cuantitativa. Desarrollo es la liberación de posibilidades creativas. Cada sistema vivo de la naturaleza crece hasta cierto punto y para de crecer. Tú ya no estás creciendo, ni él ni yo. Pero continuamos desarrollándonos. De otro modo no estaríamos dialogando en este momento. El desarrollo no tiene límites pero el crecimiento sí. Y este es un concepto muy importante que políticos y economistas no entienden. Están obsesionados con el crecimiento económico. He estado trabajando a lo largo de varias décadas y se han hecho muchos estudios. Soy el autor de una famosa hipótesis: la hipótesis liminal, que dice que en cada sociedad hay un periodo de crecimiento económico-- entendido convencionalmente o no-- que trae una mejora en la calidad de vida ; pero sólo hasta cierto punto, el punto liminal, a partir del cuál, si hay crecimiento, la calidad de vida comienza a decaer. Esta es la situación en la que nos encontramos actualmente. Es decir, tu pais es el ejemplo más extremo que puedes encontrar. En una parte de un capítulo de mi libro que saldrá publicado el próximo mes en Inglaterra, titulado La economía desenmascarada-- se encuentra un capítulo llamado " Estados Unidos, una nación en vías de subdesarrollo" la cuál es una nueva categoría. Tenemos el concepto de desarrollado, subdesarrollado y en vías desarrollo. Ahora tenemos el nuevo concepto de en vías de subdesarrollo y tu país es el mejor ejemplo. El 1% de los americanos cada vez están mejor y el 99% va en decadencia y se refleja en todo tipo de manifestaciones. Las personas que viven en sus autos, ahora duermen en sus carros, ¿sabes? estacionados enfrente de la casa que fue suya. Millones de personas que uno conoce han perdido todo. Pero aquellos que especularon, los que trajeron consigo todo el problema, esos están muy bien. Para ellos no hay problemas.

AMY GOODMAN: ¿Entonces, cómo cambiarías las cosas?

MANFRED MAX-NEEF: Bueno, no sé cómo cambiarlas. Es decir, solitas van a cambiar ¿sabes? pero de forma catastrófica. No entiendo cómo no hay millones de personas en las calles de Estados Unidos destruyendo las cosas. Pero podría suceder. No lo sé. La situación es dramáticamente mala. Se supone que es el país más poderoso del mundo. Y a pesar de las condiciones, siguen con sus guerras absurdas gastando billones y trillones. Trece trillones de dólares se especularon y ¡ni un centavo se fue para las personas que perdieron sus casas! ¿Qué tipo de lógica es esa?

CIDA Priority Countries Circa 2009

jueves, 11 de noviembre de 2010

Aproximadamente


Por Miguel Rodríguez Otero


En mi pueblo quedan aproximadamente veinte vecinos, de los que conozco casi todo, según creo: nombre, apodos, muertos conocidos y ocultos, y el acceso a alguno de sus misterios. También me codeo con sus vacas y sus perros, y estoy al tanto de amores, tormentos, aventuras y desengaños de todos ellos, hombres y bestias sin distinción. Los conozco a todos, pero digo aproximadamente porque de vez en cuando y sin previo aviso se va alguno, hombre o perro por igual. Se marcha a perderse, a adentrarse un poco más valle arriba, repitiéndose por los bares que anudan la carretera que lleva a la montaña.
Igual que los chamanes amazónicos, que se preparan ritualmente con hierbas y brebajes que les transportan a otros mundos más espirituales donde poder contactar con sus ancestros, en mi pueblo los hombres que se marchan a la montaña fuman Celtas y Bisontes sin filtro, y se predisponen con orujo hasta un estado de embriaguez que a duras penas les permite distinguir entre su abrigo de borreguillo y su perro. Ignoran las infusiones de hierbas del cura don Basilio, quien aun sin haber estado en la montaña conocía el rosario de bares que, como rito de iniciación, señalan el camino a la misma. De joven quiso ser chamán también él, pero su adiestramiento en el seminario limitó su conocimiento, su práctica o el afán por ambos a hierbas cristianas, tilas y demás tisanas.

Se van a la montaña como los bíblicos se iban al Sinaí, sólo que aquí no hay revelación alguna de dios ni del cartero, que vive un par de bares más abajo, en la misma falda del monte y de la Rosi, sino tan sólo una inmensa soledad. Se van a contactar con esa alma común del pueblo que conocieron de niños, mucho antes de la concentración parcelaria – esta maldita llanura que ha arrasado las selvas de lúpulo de la comarca y aplastado las exuberancias del carácter individual, de forma que lo que ha quedado ahora es un pueblo irreconocible y sin pasado evidente.

Y sobre todo se van para lograr un paso hacia la Argentina y saber de los suyos y de sí mismos, pues tienen intuición geográfica y saben por las cartas que recibieron muchos años atrás que no queda tan lejos del Amazonas. Quizás sea éste el conocimiento que se les revela en la montaña. Se van de vez en cuando para respirar otros aires, para recorrer mundo y acortar sus propias distancias, y husmean cada uno de los bares que – como estaciones de tren andinas – señalan la vivienda más o menos estacional o permanente de otros cuantos viajeros de pueblos cercanos, o de retornados de otras migraciones desconocidas, empapándose de alcohol y de noticias indistintas sobre los conocidos de la comarca. En realidad creo que se van porque no quieren saber a qué ritmo están muriendo. No sé si van buscando un buen lugar para morir, o si oyen interiormente la llamada de la selva amazónica, o la del tango, o qué carajo oyen si se caen de borrachos.

De vez en cuando, hace ya mucho, algún mozo del pueblo emigraba realmente a la Argentina, pero su presencia seguía contabilizándose en el censo vecinal, aunque fuera a modo de espíritu. Se hablaba de él como si fuera a volver o como si quizás no estuviera en realidad tan lejos y fuera a aparecer un día por un resquicio o una grieta de la montaña, como los maquis de la guerra. Muchos van allí, a la montaña, a buscar a los que se fueron, o a explorar ese territorio desde el cual o por medio del cual creen que se llega a la Argentina, en lugar de en barco. Los que quedan subsisten allí, pues, entre la montaña, el pueblo y la Argentina, hablando solos, con sus perros y con sus espíritus, todos ellos viviendo aproximadamente.
Salud.

Miguel Rodríguez Otero cuadernoylapicero@gmail.com

domingo, 24 de octubre de 2010

La crisis silenciosa



Por Martha Nussbaum
Editorial Katz


"La educación es el proceso por el cual el pensamiento se desprende del alma y, al asociarse con cosas externas, vuelve a reflejarse sobre sí mismo, para así cobrar conciencia de la realidad y la forma de esas cosas."
Bronson Alcott, pedagogo de Massachusetts, c. 1850


"[A]l hacer uso [de las posesiones materiales], el hombre debe tener cuidado de protegerse frente a la tiranía [de ellas]. Si su debilidad lo empequeñece hasta poder ajustarse al tamaño de su disfraz exterior, comienza un proceso de suicidio gradual por encogimiento del alma."
Rabindranath Tagore, pedagogo indio, c. 1917


Estamos en medio de una crisis de proporciones gigantescas y de enorme gravedad a nivel mundial. No, no me refiero a la crisis económica global que comenzó a principios del año 2008. Al menos en ese momento, todo el mundo sabía lo que se avecinaba y varios
líderes mundiales reaccionaron de inmediato, desesperados por hallar soluciones. En efecto, el desenlace para sus gobiernos sería arduo si no las encontraban, y a la larga muchos de ellos fueron reemplazados por causa de la crisis. No, en realidad me refiero a una crisis que pasa prácticamente inadvertida, como un cáncer. Me refiero a una crisis que, con el tiempo, puede llegar a ser mucho más perjudicial para
el futuro de la democracia: la crisis mundial en materia de educación.

Se están produciendo cambios drásticos en aquello que las sociedades democráticas enseñan a sus jóvenes, pero se trata de cambios que aún no se sometieron a un análisis profundo. Sedientos de dinero, los estados nacionales y sus sistemas de educación están descartando sin advertirlo ciertas aptitudes que son necesarias para mantener viva a la democracia. Si esta tendencia se prolonga, las naciones de todo el mundo en breve producirán generaciones enteras de máquinas utilitarias, en lugar de ciudadanos cabales con la capacidad de pensar por sí mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones y comprender la importancia de los logros y los sufrimientos ajenos. El futuro de la democracia a escala mundial pende de un hilo.
Ahora bien, ¿cuáles son esos cambios tan drásticos? En casi todas las naciones del mundo se están erradicando las materias y las carreras relacionadas con las artes y las humanidades, tanto a nivel primario y secundario como a nivel terciario y universitario. Concebidas como ornamentos inútiles por quienes definen las políticas estatales en un momento en que las naciones deben eliminar todo lo que no tenga ninguna utilidad para ser competitivas en el mercado global, estas carreras y materias pierden terreno a gran velocidad, tanto en los programas curriculares como en la mente y el corazón de padres e hijos. Es más, aquello que podríamos describir como el aspecto
humanístico de las ciencias, es decir, el aspecto relacionado con la imaginación, la creatividad y la rigurosidad en el pensamiento crítico, también está perdiendo terreno en la medida en que los países optan por fomentar la rentabilidad a corto plazo mediante el cultivo de capacidades utilitarias y prácticas, aptas para generar renta.
La crisis nos mira de frente, pero aún no la hemos enfrentado. Continuamos como si todo siguiera igual que siempre, cuando en realidad resulta evidente en todas partes que ya no se pone el acento en lo mismo que antes. En ningún momento hemos deliberado acerca de estos cambios ni los hemos elegido a conciencia, pero aun así, cada vez limitan más nuestro futuro.

NO DEJES DE LEER LA ENTREVISTA EXCLUSIVA QUE MARTHA NUSSBAUM CONCEDIÓ A LITERAL

viernes, 22 de octubre de 2010

García Bernal and Diego Luna Will Have A Business Meeting with Pedro Páramo.


By Jaime Perales Contreras.

Every living Mexican on the earth will certainly agree that there is no more tragic fictional character than Pedro Páramo. Written by the Mexican storyteller Juan Rulfo, this novel is pure Shakespeare. Probably, this is the first, of many impediments, to fairly adapt Rulfo’s key fiction into a motion picture.

Since its publication in 1955, Pedro Paramo has sold almost two million copies and has never been out of print. For more than fifty years, this son’s journey in search of his father --–A modern version of Telemachus finding Ulysses--- still appeals to readers of different ages and nationalities around the world.

For more than three years, Gael García Bernal and Diego Luna, both actors and film producers, envisioned the ambitious project to film a motion picture based upon Rulfo’s literary masterpiece. Relatively little information has been released on Garcia Bernal and Luna’s project. The only news we know for certain is that the film will be directed by the Spanish filmmaker Mateo Gil, author of the screenplay of the movie called Vanilla Sky (2001), and will have García Bernal in the leading role. The motion picture will be co-produced with the support of Mexico, Spain and Portugal, with a 7.5 million dollar budget.


The movie suffered delays as a consequence of García Bernal’s overbooked agenda and a more urgent need to obtain additional financial support. Nonetheless, initial production will take place in three different locations on fall 2010: Spain, Mexico City and Jalisco Mexico. Pedro Páramo will be the fourth film based upon Juan Rulfo’s most famous novel.

The internationally acclaimed Mexican novelist died of lung cancer in 1986. As his literary legacy, Rulfo published only three slim books: The Burnt Plain (1953), Pedro Páramo (1955) and The Golden Cockerel (1964). All were apparently written in uncomplicated and colloquial language, but his style is always elegant, accurate and strikingly poetic.

Rulfo was also a very skilled photographer. He left approximately 6,000 negatives to his foundation. This not very well known talent was revealed to the public in a retrospective exhibit organized in Mexico City, at the Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), when Rulfo was in his mid-sixties. This was the first step to be known not only as novelist, but also as an extraordinary visual artist.The American writer Susan Sontag introduced the novel Pedro Páramo into the U.S. literary and cultural markets.

jueves, 14 de octubre de 2010

Literal Conversa con la artista Anna Kurtycz

Dentro del marco de las celebraciones del Bicentenario que organizó la Universidad de Rice y en colaboración con el Consulado General de México, se presentó la exhibición de arte de Anna Kurtycz. Compartimos nuestra conversación con Anna.

Rose Mary Salum: En México existe una larga tradición con el grabado. ¿Cómo se inserta a tu obra dentro de esta tradición?

Anna Kurtycz: Efectivamente México cuenta con grandes figuras del grabado. Como artista y como mexicana sus imágenes forman sin duda alguna parte de mi formación. Heredo sobre todo de los grabadores periodísticos, como José Guadalupe Posada, porque mi trabajo está fuertemente relacionado con la memoria y con la búsqueda de dejar huella tanto de los sucesos históricos como de los recuerdos y sucesos de la vida cotidiana. Del grabado comprometido socialmente (que se desarrollo sobre todo a partir de los años cincuenta por el taller de gráfica popular) heredo la idea de que la imagen puede ser un elemento importante de cambio, de reflexión. Tengo igualmente una neta influencia del trabajo de mi padre, el artista Marcos Kurtycz, quien dedicó gran parte de su arte al libro y el material impreso. Los talleres de impresión de libro que desarrollo con niños son pruebas de esa influencia.

RMS: No se puede hablar de una escuela de grabado en México, sin dejar de hacer referencia al maestro José Guadalupe Posada. Veo una influencia de su obra en la tuya. ¿Qué otras influencias has recibido?

AK:Posada fue un magnifico artista y uno no deja de aprender de sus grabados tanto por su capacidad de adaptar la imagen a todo tipo de textos y públicos, como a su valor gráfico, en donde lo blanco y negro se encuentran en equilibrio. En mi trabajo trato de alcanzar esa misma armonía y pertinencia. Al mismo tiempo el trabajo de Posada me influye por su valor histórico. Sus grabados logran retratar una época, preservar su memoria, que es lo que en cierto punto quiero que suceda con las imágenes que produzco y que llamo “placas de memoria”.

RMS:En tus Placas de la memoria el sincretismo de las épocas, cargadas de connotaciones políticas, sociales e históricas conviven con el presente. ¿Cómo surge ese interés y cuál es tu propuesta al hacerlo?

AK:A través de mis placas de memoria, y de las imágenes que imprimo a partir de ellas, busco apropiarme y dar sentido a las contradicciones y complejidad de los lugares y el tiempo que me tocan vivir. Fijar en imágenes los detalles cotidianos en el marco de los eventos históricos me permite rescatarlos del olvido, hacerles homenaje y proponer un dialogo con el que observa; elemento que considero esencial del quehacer de todo artista.


RMS:En los universos que presentas, se percibe un espíritu comunitario pero a la vez silencioso, se ven pocas bocas, hay un ambiente
conglomerado pero sin ruido, comunal pero silencioso. ¿Podrías platicarnos más sobre este tema?

AK:En realidad nunca me había percatado de este hecho. Creo que esas figuras sin boca y silenciosas simbolizan una cierta pasividad que intuyo de parte de la sociedad frente a ciertas situaciones que le toca vivir. Tal vez su existencia dentro de la imagen permite reforzar la presencia de otros individuos, a veces solitarios, que leen y se expresan.

RMS:Hay una perfecta definición de las clases sociales, las costumbres y, de nuevo, la historia ¿Cómo se realiza una creación desde la memoria para que tus piezas tengan su vigencia?

AK:Como decía anteriormente la memoria es un tema que me fascina. Es necesaria como herramienta para saber a donde vamos, para repensar el futuro. En la imagen es además una forma de llevar la narración. Un recuerdo lleva a otro, se traslapa, se clarifica, se confunde y ese recorrido es único para cada uno de nosotros, ligado a nuestras propias experiencias, nuestras representaciones, nuestras ideas y sueños. Como seres humanos compartimos esa capacidad de memoria, pero al mismo tiempo como individuos diferentes, con vivencias distintas, abordamos el recuerdo, y ese recorrido, de manera distinta. Mis grabados proponen al que observa mi propia construcción de memoria y la narración que va con ella a fin de encontrar similitudes y diferencias, elementos de dialogo. Su vigencia esta dada precisamente por ese dialogo.

RMS:Actualmente te encuentras trabajando en un proyecto titulado Northern Frontier. ¿Nos puedes hablar de eso y de otros futuros proyectos?

AK: Frontera Norte es parte de una instalación que será expuesta en Accra (Ghana) en diciembre. La exposición, intitulada “Identidad y Migración”, es uno de los proyectos que mi espacio de creación, Studio Kurtycz, realiza desde hace dos años en Ghana, donde habito. La exposición, en la cual participamos seis artistas (entre ellos mi marido Rudek van der Helm y tres artistas africanos), busca crear una dinámica creativa que involucre los artistas locales y que proponga al publico ghanés obras artísticas de calidad que permitan la reflexión sobre temas que consideramos importantes.

"Me pe succhini wae" woodcut(50 x 70)(2009)


*Primera imagen "Vague souvenir" woodcut(50 x 70)(2009)
*Segunda imagen Anna Kurtycz

martes, 12 de octubre de 2010

Dr. Raquel Chang-Rodríguez talks to Literal about Nobel Laureate Mario Vargas Llosa


After we learned about Vargas Llosa´s Nobel Award, we decided to talk to Dr. Raquel Chang-Rodríguez who is an expert on Vargas Llosa´s oeuvre and a Distinguished Professor of Spanish-American literature and culture at CUNY. She was also the recipient of a National Endowment for the Humanities Fellowship (NEH), the Profesora Honoraria of the Universidad Nacional Mayor de San Marcos in Lima, and Miembro Correspondiente of the Peruvian Academy of the Spanish Language. We are happy to share this conversation with you.

Rose Mary Salum: We know you saw this one coming. Can you please talk about the significance of his award to a Latin American writer? What does an award like this means for the Spanish spaeking literary world?

Dr. Raquel Chang-Rodríguez: Mario Vargas Llosa has just been awarded the 2010 Nobel Prize for Literature. He is the 6th writer from Spanish America to receive it: he follows Gabriela Mistral (1945, Chile), Miguel Angel Asturias (1967, Guatemala), Pablo Neruda (1971, Chile), Gabriel García Márquez (1982, Colombia), and Octavio Paz (1990, Mexico). It is a tremendous and richly deserved international recognition of Vargas Llosa’s work. In addition, the award underscores the importance of Spanish, an international language, spoken in the Americas, Europe, the Philippines, and regions of North Africa, as a major literary language.

Since the publication of The Time of the Hero in 1963, Vargas Llosa presented himself as a daring innovator of style, capable of tackling a variety of themes and infusing them with fresh nuances. Thus this novel about adolescent rebellion and general indifference and corruption in “Leoncio Prado,” a military academy, turns into a critique of the abuse of power, into a study of human relations, including bullying, and its tragic consequences. Despite the fact that it was vilified in Peru ―several copies were burned in Lima― the novel signaled a new era for literature written in Spanish. It launched Vargas Llosa’s international career as a writer and situated his work squarely within the “boom” period during which Latin American literature gained international recognition.

RMS: Last week in the Berlin Festival, intellectuals and writers were wondering if Latin American literature was no longer in fashion. Vargas Llosa´s award could speak against this theory. However, it seems that the new trends are not favoring writers from Latin America. What is your opinion on that?

RCHR: Of course Vargas Llosa’s Nobel award disproves the theory that you mention. But let me offer another recent example. Granta, the prestigious British literary magazine that announces in periodic lists the best new writers of the English-speaking world, has ventured into the Spanish-speaking world. It recently proposed a new category called Best of Young Spanish-Language Novelists; it includes 35 writers and seven are from Latin America. This “incursion” of Granta into new linguistic territory signals an interest in what is being written and published in that language. If we add to this, the number of excellent authors from Latin America writing and publishing, and the works from the region that have been translated into other languages, all augurs for Spanish-American literature. I am sure that now in our area ―and by the way this includes Spanish-Americans living and writing elsewhere (New York, Los Angeles, El Paso, Madrid)― there are other Nobel winners in the making!

RMS: The Nobel committee awarded the Peruvian author “for his cartography of structures of power and his trenchant images of the individual's resistance, revolt, and defeat". According to your expertise, what else makes Mario Vargas Llosa such an outstanding writer?

RCHR: Vargas Llosa is a superb story teller, able to probe the human condition in singular ways. He has mastered the use of complex stylistic devices to present distinct voices in his fiction. Thus, when opening the pages of his novels the reader is able to enter into a complex world, urban and rural spaces often disjointed. However, the characters lead the way and the fictional world becomes our reality making it impossible to put down the book. Politics, power and violence, often go hand in hand in Vargas’s Llosa novels. He has a masterful ability to show how they intersect and can affect national life as well as the life of simple individuals. Nowhere is this more evident than in Urania, the main character of The Feast of the Goat (2000), a victim of Trujillo, the long-time dictator of the Dominican Republic.

RMS: Like many Latin American authors, Vargas Llosa has been politically active throughout his career, but gradually became disenchanted. His book La ciudad y los perros brought him international recognition. Can you talk about his political life and how it influenced his work?

RCHR:Vargas Llosa, an admirer of Albert Camus, feels that a writer has a social responsibility. Perhaps this is why he ran for the presidency of Peru in 1990. A Fish in the Water (1993), a collection of autobiographical essays, describes his failed attempt to become president; in this book he presents a cast of ambitious and questionable characters ―craving power for themselves― recognizable in many Latin American countries. This fascination with politics is a recurrent theme in his fiction. For example, The Real Life of Alejandro Mayta (1984) describes from several perspectives the changing personality and ideology of a revolutionary while Conversation in the Cathedral (1969) recreates the difficult times of Manuel Odría’s dictatorship in Peru. He also uses humor and parody to mock the stifling military bureaucracy as in Captain Pantoja and the Special Services (1973). However, as proven by The Notebooks of Don Rigoberto (1997) and The Bad Girl (2006), his fiction has an important erotic vein.

I eagerly wait for 3 November 2010, the launching date for Mario Vargas Llosa’s latest novel, El sueño del celta. And I look forward to continue reading the works of this indisputable master of the Spanish language.


RMS:Can you please explain what moved you to become an expert on Vargas Llosa and talk to our readers about your work on Vargas Llosa?

RCHR:I began reading Mario Vargas Llosa’s novels and short-stories since the early sixties, and later his theatre and essays. I recognized almost immediately, his singular narrative voice. As Vargas Llosa developed as a writer and tackled more complex subjects with a self-assured hand, I realized that he was a master writer, destined to receive international recognition.

We share common interests, particularly in Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616), the first Spanish-American writer born in Cuzco, Peru. In Fall 2009 we participated in a symposium honoring Inca Garcilaso. Just last week, October 1st to be precise, we presented at the Americas Society in New York City, the book that collected the papers from the symposium, including a major essay by Vargas Llosa and an interview with him. Several days after he was awarded the Nobel Prize. What an honor for Peru, his native country, for the Spanish-speaking world, and for all lovers of good literature!!!

jueves, 7 de octubre de 2010

The Persistence of Memory, When Mario Vargas Llosa Talked to Literal


Some time ago, Literal had the oppottunity to talk to the Noberl Laureate Mario Vargas Llosa. We´ve reproduced part of that conversation . However, you want to read more about it, you can find it here

Miguel Ángel Zapata: Mario, with this beautiful view that you have here I could write a poem every day.

Mario Vargas Llosa: Yes, of course, but I couldn’t write a novel a day, although I can certainly progress a little bit every day in whatever novel I am working on.

M. A. Z.: Then you would say quite definitely that the environment—one’s surroundings, nature itself—supports the process of writing and creating?

M. V. LL.: Without a doubt. Yet I also believe that when you are obsessed with a story you write in the same mode regardless of your surroundings.
A pleasant environment, like this one for example—a lovely landscape in constant
change, because the sea in the morning is not the same as the sea at twilight, not the same as the sea when it is sunny or cloudy—is not only pleasing to me but also stimulating.

M. A. Z.: You live in different countries. How are you able to continue working as you move around?

M. V. LL.: Indeed, my residence changes; I live in Lima, Madrid, London, and Paris. What is stable—rather, what gives great stability to my life—is my work, because I never stop working. I leave Lima and arrive in Paris, and the next day I take up the work where I left it in Lima, and it is the same when I go from Lima to Madrid to Paris or to London. In each city I come to a desk where I have absolutely everything I need to work: diskettes, index cards, the indispensable books that I feel I must take with me wherever I go. My routine is always the same: I begin work in the morning and continue in the afternoon, and this has not changed in a very long time. The truth is that it was a different story when, in addition to
writing, I had to work to make a living, but since I have been able to devote all of time to writing my routine is the same. In the morning my work is more creative; in the afternoon I correct, reread, and take notes for the following day’s work. In the afternoon I always do research, which complements the creative work. I respect
that routine rigorously. I work during the week on the book I’m writing, and on the weekends I devote my time to writing articles; I write newspaper articles a couple of times a month.

M. A. Z.: What is the point of departure for your writing?

M. V. LL.: Generally speaking, the point of departure is memory; I believe all the stories I have written have been born of some lived experience that has remained in my memory and that becomes an image, fertile ground for imagining a whole structure around it. It’s also true that I have always followed an outline, almost since my first story: I take many notes, I make index cards, and I make some plot sketches before beginning to compose. In order to be able to begin writing I need at least a structure, though perhaps a very general one, for the story. And then I can begin to work. I first produce a draft, which is the part of the work that is hardest for me. As soon as I have it the work is much more pleasant; I can write more confidently, more securely, because I know that the story is there. This has been a constant in what I have written: doing research that will familiarize me with the theme, the situation, the period during which the story takes place.

M. A. Z.: As is the case with your novel about Flora Tristán and Paul Gaugin.

M. V. LL.: No doubt. Of course, that work dealt with historical personalities, but in other cases, although I’m not working with a historical situation, I anyway travel to the places where the story takes place, I read testimonies, newspapers of the period, not with the aim of reproducing a historical truth but rather to feel familiar with, immersed in, the environment in which I want to situate the characters and the story. Then I correct a lot, rewrite a lot. For me, to tell you the truth—this is something José Emilio Pacheco once said, and it seems right on the mark to me—what I like best is not writing but revising. It’s the absolute truth. When I correct and revise what I have already done, that is when I really enjoy writing the most.

M. A. Z.: And when you finish a novel and it’s published, do you read it again? To look for faults, perhaps, I don’t know. . .

M. V. LL.: No. The last time that I read it is in proofs, and after that I try not to read it again, if I can help it. Sometimes when I work with a translator I am obligated to reread in order to correct errors, but in general I don’t like to revisit what I’ve already written and published.

M. A. Z.: But perhaps you’ve read a fragment and thought that you would have liked to change a section of the novel, as was the case with Valéry, Juan Ramón Jimenez, and now with Pacheco, whose brilliant poetry is in a continual state of revision.

M. V. LL.: Of course, that has happened to me often, and it is one of the reasons I don’t like to reread my own work once it’s published. Every time that I reread my own work I wonder whether I could have worked on the story a little bit more.

If you want to read the entire conversation, you can find it here in page 4

lunes, 27 de septiembre de 2010

Se bebe sangre en español. Cine de vampiros


Por Jaime Perales Contreras

Renfield: "Aren't you drinking?"
Count Dracula: "I never drink wine”.


A fines de la década de los cincuenta, el productor y actor mexicano Abel Salazar buscaba desesperadamente al protagonista principal para hacer su película El vampiro (1957), una lectura mexicana de la novela de Bram Stoker, Drácula. Salazar, cuando fue a ver un espectáculo en el teatro Blanquita, en la ciudad de México, se encontró, dentro de una de las rutinas de la función de este legendario teatro de revista, a un joven alto, delgado y serio, de origen asturiano, de apenas 27 años, llamado Germán Robles. Salazar, cuando lo vio actuando, se dijo a sí mismo ¡Por fin he encontrado a mi vampiro! El actor español realizó una memorable interpretación cinematográfica de la novela de Stoker. Robles personificó al Conde Duval, un excéntrico y desvelado personaje, que acostumbraba a caminar de noche y que tenía entre sus hobbies dormir en un ataúd y morder mortalmente la yugular de sus víctimas. El aspecto lúgubre, ambientado en un oscuro pueblo de la provincia mexicana, hizo que un año después se realizara una secuela llamada El ataúd del vampiro (1958), que tuvo igual de éxito que la primera. A pesar del escaso presupuesto que se tuvo para una película de este género, es, probablemente, una de las mejores representantes del cine de horror mexicano. De hecho, se ha comentado la similitud en actuaciones, y de apariencia física, que existe entre Germán Robles y Christopher Lee, el actor inglés que personificó Drácula (1958), en diversas ocasiones, para la productora británica Hammer durante casi una década. Sin embargo, la influencia en la actuación de Lee en la de Germán Robles en El vampiro, es absurda, ya que la película mexicana se hizo un año antes que Drácula.

Con el reciente éxito que han tenido las películas y novelas de vampiros en Estados Unidos, como Twilight, de Stephen Meyer, que ha vendido 42 millones de copias, desde el 2005 y su primera adaptación de esta trilogía que recaudó ciento setenta y siete millones de dólares en las primeras siete semanas de su estreno, y de la innumerable cantidad de directores famosos que se han ocupado de la novela de Stoker, como Tod Browning, Roman Polanski, Andy Wharhol, Werner Herzog y Francis Ford Coppola, uno se pregunta si pueden coexistir vampiros latinoamericanos en un género literario que se originó en la Europa del siglo XIX. La respuesta es evidente. Se han realizado diversas películas sobre el género en el que algunas, es verdad, no han sido muy buenas, pero que otras pueden portar el estandarte de filmes de culto.

La primera ocasión en que se escucha al Conde Drácula hablar el idioma de Cervantes fue en 1931, cuando se filmó la versión al castellano de Drácula al mismo tiempo que se realizó la famosa versión de Tod Browning, que lanzó al estrellato al actor húngaro Bela Lugosi. Mientras se realizaba en el día la versión en inglés, en la noche, en los mismos estudios, se filmó la adaptación en español. La película trató de ser una copia exacta a la original, como se acostumbraba en aquella época para filmes de Hollywood muy exitosos. Incluso, el actor cordobés que lo personificó, Carlos Villarias, era físicamente similar a Lugosi y se le aconsejó que hiciera los mismos movimientos de capote que su colega húngaro. La versión en inglés no se distribuyó comercialmente en los mercados hispanos y, hasta muy recientemente, sólo se podía ver en cine clubs, en televisión o en video. Técnicamente, para muchos, la adaptación castellana, es mucho mejor que la de Browning. Esta joya, a diferencia de decenas de películas de la época que se perdieron, o fueron destruidas por el tiempo, se encontró la única copia almacenada en la filmoteca de la Habana y se puede ver todavía con agrado. Aunque, no sería, años después, con El vampiro, que se realizarían filmes con un sabor más latinoamericano del célebre personaje de Bram Stoker.

Después del éxito de El vampiro y de El ataúd del vampiro, el mismo Abel Salazar realizó otra película del género sin ninguna relación con sus dos predecesoras, titulada, El mundo de los vampiros (1960). La película presentó la clásica venganza que se da entre un vampiro contra uno de los descendientes que le dio muerte. Una novedad poco vista en esa época es que el héroe es mordido por una de estas criaturas y, por ello, paulatinamente, vemos, durante el desarrollo de la película, su lenta transformación. Lo interesante es que el protagonista se encuentra en la duda moral de corromperse, y matar para sobrevivir, o de dar fin a su vida. Esta idea cinematográfica de vampiros benignos más tarde se explotaría en películas norteamericanas sobre el género como The Lost Boys (1983), en la serie de televisión Forever Knight (1992) o en la reciente True Blood (2008) de HBO. Sin embargo, muy probablemente la primera ocasión en que se plantea este dilema fue en esta modesta película mexicana realizada hace más de cincuenta años.

Otra película interesante del género fue La invasión de los vampiros (1963). El filme tiene un aspecto original, el vampiro que aterroriza a un pueblo mexicano del siglo XIX es asesinado por uno de lo lugareños. Cuando el varón Frankenhousen, muere por una estaca, todo los cientos de sus víctimas regresan a la vida en forma de vampiros humanos y, de pronto, el pueblo enfrenta una amenaza peor que la anterior. La banda sonora, realizada por el compositor Luis Hernández Bretón, influyó para que se diera el carácter lúgubre de la cinta. Los constantes sonidos laminares de tipo experimental, recuerdan lo que posteriormente sería la audaz música del polaco Krzysztof Penderecki en The Exorcist (1973) o de Jerry Goldsmith, en Planet of the Apes (1968). A pesar de su poco presupuesto, no es descabellado preguntarse si esta película influyó para que se hiciera el filme producido por los estudios de horror británicos Hammer tres años después, titulado The Plague of the Zombies (1966).

Otra película divertida de la época, fiel al género, fue la protagonizada por Rodolfo Guzmán Huerta, mejor conocido como El Santo. En Santo contra las mujeres vampiro (1962), el superhéroe mexicano se debate a muerte contra una tropa de bellas y diabólicas damiselas. Este filme, curiosamente, ganó un premio en un festival de cine fantástico en París, y, por ello se empezó a extender su popularidad; fue, además, un éxito inmediato de taquilla y una de las únicas películas de este luchador que se dobló al inglés. Años más tarde, el filme se comentó satíricamente en el programa Mistery Science Theater 3000, lo que hizo que su popularidad aumentara y que se generaran nuevos aficionados al Santo.
La película se ha mostrado regularmente en festivales, como es el caso del de cine fantástico en Málaga, España. Asimismo, Cuba, en coproducción con España y la República Democrática Alemana, también se animó a filmar una simpática película de dibujos animados llamada Vampiros en la Habana (1985). La película trata de una conspiración, por apoderarse de una fórmula que les permite a los vampiros humanos resistir el sol. Este filme cubano, por cierto, fue seleccionado entre las 30 mejores películas de animación por el Consejo Cultural del Instituto de Cine.

El cineasta Guillermo del Toro ha sido uno de los defensores latinoamericanos más entusiastas del género. Su opera prima, Cronos (1993), relata la historia de un parásito vampírico que habita en un escarabajo metálico, hecho por un alquimista medieval. El parásito al encajar la aguja en la piel de la persona, le da el atributo de la juventud. Sin embargo, a su vez, descubrimos que no hay nada que se otorga gratuitamente, ya que convierte a la víctima en un vampiro humano que tiene la necesidad de saciar su sed alimentándose de sangre fresca. El mito de Fausto, mezclado con la tradición del género gótico, se engarza en esta interesante historia.

América Latina ha tenido sus ojos atentos al género de vampiros. Es verdad que, en la mayoría de las ocasiones, los filmes se han hecho con poco presupuesto (casi todas han sido tipo B) y con efectos especiales que a veces nos producen una sonrisa. Sin embargo, varios argumentos tienen un ingenio similar a la de las grandes producciones cinematográficas. Y, esto, sobre todo, es, ultimadamente, lo más importante, y lo que hace a una película memorable. Hace algunos años, a Ray Bradbury se le preguntó su opinión sobre el potencial desplazamiento de los efectos especiales sobre una buena historia. Bradbury contestó que no había tal desplazamiento. Los efectos especiales eran, para el novelista, una novedad técnica complementaria y concluyó: ¿De qué sirve lanzar fuegos artificiales sin dirección, ni rumbo, en un cielo completamente vacío? El efecto es instantáneo, como espectacular, que, a los pocos minutos, se olvida. Así ocurre con los filmes con efectos especiales que carecen de un buen argumento. Y Ray Bradbury, como se puede ver con algunos filmes en la actualidad, tenía razón.

Jaime Perales Contreras es colaborador de Literal, Latin American Voices