Por Jaime Perales Contreras
Cuando un sospechoso de asesinato,
escoltado por la policía, llegó al salón de clase en donde el eminente doctor
Joseph Bell enseñaba medicina, se le identificó con un humilde
limpiabotas. Sin embargo, la policía encontraba algo sospechoso en el hombre
que no habían podido detectar. Bell, al observar al limpiabotas, supo
rápidamente su secreto y sin más
le dijo a la policía y a sus estudiantes en el salón: “Elemental caballeros, el
hombre estuvo en el ejército y, no sólo en el ejército, sino en alguna guerra”.
Bell pidió a dos hombres que desnudaran al limpiabotas y encontró que en su pectoral izquierdo
tenía tatuado una pequeña “D” mayúscula. El doctor Bell le dijo al público que
el hombre había estado en la guerra de Crimea contra los rusos y que en esa
época así se tatuaban a los
desertores de esa guerra. De ahí el comportamiento raro y evasivo del
limpiabotas, no quería que se supiera que era un desertor. Uno de sus
estudiantes le dijo asombrado: “Doctor Bell, usted se parece a Sherlock Holmes”. El famoso doctor le contestó orgulloso: “Mi
estimado señor, yo soy, ni más ni
menos, que Sherlock Holmes”. Y era verdad.
Sir Arthur Conan Doyle, el famoso autor de las inmortales
aventuras del excéntrico e
inteligente detective, fue interno
de medicina de Joseph Bell en la Enfermería Real de Edimburgo, y se basó en sus impresionantes,
y exactas deducciones, para armar con datos verídicos a su personaje.
El doctor Joseph Bell fue médico y,
además, profesor de la universidad de Edimburgo, cultivó la amistad no sólo de Conan Doyle, sino del novelista
Robert Louis Stevenson y de Florence Nightingale, la famosa fundadora de la enfermería moderna.
Joseph Bell afirmaba que la mayoría de la gente “mira, pero no observa”. Cualquier
persona que tenga aspiraciones de ser un detective, según Bell, debía
inmediatamente, con un simple vistazo, deducir el oficio, hábitos e historia
personal de cualquier desconocido. No había excusa para no hacerlo. La verdad
es que Joseph Bell exageraba, porque sabía que su capacidad deductiva era única
en el mundo. El novelista Irving Wallace, uno de sus biógrafos más importantes,
afirmaba que no había existido nadie, en más de un siglo, que se equiparase en
inteligencia y sagacidad criminalista con el famoso doctor Joseph Bell.
Arthur Conan Doyle, en una carta, fechada
el 7 de mayo de 1892, le confesó a. Joseph Bell que había sido la inspiración
para la creación de Sherlock Holmes y, constantemente, se reunían para que Bell relatara anécdotas y Conan
Doyle las tomara como ideas para sus ficciones. Robert Louis Stevenson, al leer una de las historias de
Sherlock Holmes, le escribió rápidamente a Conan Doyle diciendo en esta: “¡No
me digas que nuestro viejo amigo Joseph Bell es Holmes!”. No había nada más que decir.
Joseph Bell sirvió de asesor de “Scotland
Yard” en varios casos difíciles. En más de una ocasión descubrió a la persona
culpable y, después de saber que Bell era el modelo original en que Conan Doyle se basó para escribir
Sherlock Holmes, recibió cientos de peticiones sobre crímenes absurdos,
excéntricos y atroces de la época. Uno de los más famosos fue el de Jack el
destripador.
Jamás se supo si Jack el destripador fue
una mujer o un hombre. Se afirmaba
que era una persona con dotes de cirujano que se dedicó a matar a varias
prostitutas en Londres, las asesinaba cruelmente y les extraía
cuidadosamente sus órganos
internos, depositándolos junto a la víctima. Las terribles masacres que realizó
el destripador, en el que se han hecho múltiples novelas, obras de teatro y
películas, inició en Agosto de 1888, cuando se encontró el cuerpo brutalmente
mutilado de una prostituta en “Osborn Street, Whitechapel”. Se le atribuyeron cinco
crímenes a este asesino y tres más que no se confirmó su autoría. Entre los
sospechosos se encontraba un peluquero polaco que había sido visto cerca de los
homicidios (curiosamente los asesinatos cesaron cuando se mudó a “Jersey City”),
un médico ruso que estaba loco, un marinero norteamericano y un doctor inglés
que su cuerpo fue encontrado flotando en el río “Támesis”, después del último
crimen.
A Joseph Bell se le solicitó que apoyara a
la policía inglesa para descubrir la identidad de Jack con sus facultades
deductivas. Bell y el experto forense Henry Littlejohn se
dedicaron a revisar el material disponible. Wallace afirma que Bell y
Littlejohn, después de haber revisado todas las pistas, escribieron un nombre
en una hoja de papel, colocaron la hoja en un sobre y lo intercambiaron para
ver si coincidían en la persona. Los dos coincidieron en el mismo sospechoso y
hablaron a “Scotland Yard” para transmitirles la opinión del potencial culpable.
Exactamente siete días después de que Bell emitió su opinión, cesaron los
asesinatos y no se volvió a saber nada de Jack el destripador. Jamás se supo si
el criminal murió o desistió de seguir matando al saber que la policía estaba
cerca de su aprensión. Misterio.
A diferencia del prolífico escritor Arthur
Conan Doyle, Bell fue autor de un breve volumen titulado: "Apuntes sobre cirugía
para enfermeras”, publicado en 1906. El librito sirvió como una guía para
dignificar la profesión en la época en el que se consideraba a una enfermera y
una mujer de la calle como lo mismo.
La valentía de Joseph Bell, asimismo, fue
legendaria. Como médico cuando se sabía poco de la difteria, un niño que sufría
de la enfermedad fue operado. Después de la operación, el niño se empezó a
ahogar. En esa época no había
ningún instrumento para extraer el líquido que se acumulaba en la tráquea de
los enfermos y Bell, sin dudar un ápice, sacó el veneno que se había acumulado en su garganta con
la boca. Bell, a consecuencia de ello, contrajo difteria y perdió la voz
permanentemente. Al saber esto, la reina Victoria, en una visita a Edimburgo,
fue al domicilio de Bell a felicitarlo personalmente por su valentía y
compromiso.
A diferencia del ficticio detective que
vivió como solterón en “Baker Street” dedicado exclusivamente a su oficio de
cazador de criminales, Bell fue un
hombre de familia, que se casó a los 29. Sin embargo, después de 9 años de
matrimonio, su esposa falleció y jamás volvió a contraer nupcias.
La amistad entre Arhur Conan Doyle y
Joseph Bell duró hasta que Bell falleció en octubre de 1911. El Dr. Bell, fiel
a los que habían sido sus alumnos y amigos, apoyó a Conan Doyle cuando se
postuló para el parlamento. Sin embargo, el novelista perdió ante su oponente.
Cuando Bell murió, su funeral fue
impresionante. Asistió concurrencia destacada del gremio médico y de cientos de personas humildes que, en
alguna ocasión, fueron sus pacientes.
Arthur Conan Doyle mató en una ocasión a
Sherlock Holmes en una feroz batalla contra su archienemigo Moriarty en las
cataratas de “Reichembach”. A petición popular lo tuvo que resucitar. Eso mismo,
en cierta forma, ocurrió con Joseph Bell.
Conan Doyle, en sus últimos años, antes de morir en 1930, se aficionó
profundamente al espiritismo, y curioso de saber cómo la estaba pasando su
viejo amigo en el más allá, decidió hacerle una llamada de larga distancia.
Según Irving Wallace, en una de las
sesiones, Conan Doyle aseguró que pudo no sólo contactar a Joseph Bell sino
conversar con él. Además, Doyle tomó una foto de Bell en camisón y con el pelo desgreñado.
Cuando le enseñó la imagen a la hija del médico, ella furiosa regañó a Conan
Doyle diciéndole que la figura tomada en la fotografía no se parecía en nada a la de su padre. Doyle,
convencido de su habilidad como médium, pensó que definitivamente debía de ser
Joseph Bell, pues ¿quién más iría a visitar al escritor de noche desde el más
allá y contar alguna anécdota, como en los viejos tiempos, para que fuera
utilizada en sus novelas sobre Sherlock Holmes? Esto, era, sin
lugar a duda, elemental, mi querido Watson.
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