Debido al escaso eco que la toma de plazas que se está produciendo por toda la geografía española está teniendo en los medios estadounidenses, la directora de Literal, Rose Mary Salum, y quien escribe hemos tenido la iniciativa de ofrecer a sus lectores desde Madrid un testimonio directo de lo que está sucediendo y que es lo siguiente.
Ante la inminencia de las elecciones autonómicas y municipales que tendrán lugar en todo el territorio nacional el próximo 22 de mayo, Democracia Real Ya , una plataforma ciudadana abierta compuesta por asociaciones, juveniles principalmente, de distintas ideologías y con diferentes objetivos, convocó para el día 15 de mayo a los españoles a una jornada de protesta en las principales ciudades del país con el fin de mostrar públicamente su hartazgo frente la clase política española. Bajo el lema “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”, estos grupos esgrimen un puñado de propuestas que buscan el consenso de los desencantados y son presentadas como punto de partida para mejorar la calidad de la democracia y la vida de los ciudadanos. Estas manifestaciones desbordaron las previsiones de los convocantes, quienes las consideraron todo un éxito (acudieron alrededor de 130.000 personas en todo el país) habida cuenta de las reticencias de la población española a salir a la calle para censurar medidas de carácter político o económico. El inesperado alcance de la marcha en Madrid incitó a dicha plataforma a ocupar la Puerta del Sol, punto final del recorrido, buscando aumentar la repercusión de la reivindicación entre la ciudadanía. El inmoderado desalojo en la madrugada del 16 por la policía de un reducido grupo de jóvenes que se habían quedado a dormir en la plaza desató una oleada de indignación en las redes sociales y varios miles de madrileños acudieron a la concentración convocada esa misma tarde y en ese mismo lugar. Quienes acudieron a este llamamiento se constituyeron en asamblea popular y decidieron en una votación a mano alzada ocupar la plaza hasta el próximo domingo 22 de mayo, día de elecciones. Conviene recordar que la Puerta del Sol conserva para el pueblo madrileño, y en general para el español, una enorme carga simbólica como centro neurálgico del viejo Madrid, punto desde el que se empieza a contar los kilómetros de las carreteras radiales que unen la capital con las ciudades más importantes de España y, sobre todo, escenario de importantes eventos de la historia de España: rebelión contra las tropas napoleónicas (magistralmente representada por Goya en “La carga de los mamelucos”), proclamación de la II República Española o, más recientemente, lugar de duelo por las víctimas de los atentados del 11 de marzo de 2004.
Ni las amenazas de desalojo de la Junta Electoral, ni la lluvia torrencial, ni la interesada indiferencia, e incluso desprecio, de los grandes medios de comunicación lograron hacer desistir a los acampados. La reacción de los madrileños contagió inmediatamente al resto de españoles y, como un reguero de pólvora, la movilización se expandió por las conciencias de los españoles y, en la actualidad, en multitud de ciudades, grandes y pequeñas, grupos de ciudadanos han tomado sus plazas centrales. Pero las repercusiones no acaban ahí: jóvenes españoles residentes en las capitales europeas, obligados a marcharse del país para estudiar o trabajar, secundaron estas iniciativas y se concentraron frente a las respectivas Embajadas de España. Y el fenómeno crece, pues siguen llegando adhesiones, esta vez del otro lado del Atlántico: españoles residentes en Santo Domingo, Guatemala, México DF e incluso Nueva York (Washington Square, Manhattan) y Chicago (180 North Michigan Avenue) están manifestándose ante las legaciones diplomáticas y consulares de España. Es más, ciudadanos portugueses e italianos han decidido seguir el ejemplo y han tomado plazas céntricas de Lisboa y Roma.
Como ya ha ocurrido en otros lugares del mundo, tales movilizaciones se realizaron a través de redes sociales (principalmente Twitter, #acampadasol #spanishrevolution #democraciareal #nolesvotes #yeswecamp, y Facebook, que siguen siendo las protagonistas en calidad de canales de información directa (hay hasta cámaras emplazadas en las plazas que retransmiten 24 horas al día), alternativa a la de los medios tradicionales (“No sigas a los medios: infórmate en Internet”) y basada en los testimonios escritos y audiovisuales de los organizadores y los propios manifestantes, así como de sistema de contacto y cohesión entre todos los participantes. El enorme acierto de los organizadores, jóvenes anónimos, bien formados y decepcionados, ha sido poner en marcha una especie de sistema emergente en el que la iniciativa individual es integrada con toda naturalidad hasta generar un fenómeno social que, como un fractal, se reproduce espontáneamente a una velocidad cada vez mayor.
Esta protesta se produce con motivo de las elecciones autonómicas y municipales que tendrán lugar mañana, pero su finalidad no es influir sobre las votaciones, ni siquiera propugnar la abstención o el voto en blanco. Es un acto totalmente apolítico y asindical que va mucho más allá, puesto que ha generado un movimiento popular de indignación que trata de modificar un sistema político y una manera de gobernar que se alejan no ya de su idea de democracia, sino también de los propios preceptos constitucionales. La gente concentrada piensa que los partidos políticos se han transformado en organizaciones cuyo objetivo es el lucro de sus miembros y de quienes los financian a través del control del aparato de poder (“Que no, que no nos representan”); que la población ha visto reducido su papel en la gobernación del país a favor de los intereses de las grandes empresas (“Si yo no lo he votado, ¿por qué manda el mercado”); que el bienestar de los ciudadanos ha dejado de ser el fin de la acción política (“¿Por qué tienes un sueldo vitalicio si yo no tengo un sueldo para vivir?”); que el propio sistema evita la rendición de cuentas de la clase política (“Ningún político corrupto en una lista”); que, en definitiva, la situación personal y social en general ha empeorado sin que se observe una reacción política más allá de las denominadas “políticas de comunicación” (“¡No es una crisis, es una estafa!”).
Todo esto no se explica si no se echa la vista atrás y se constata el claro deterioro experimentado por la democracia española en los últimos años. El bipartidismo imperante no es más que la manifestación política del dominio en la sociedad de una burguesía conservadora que dirige el sector privado (representada por el Partido Popular) y una burguesía progresista que controla el sector público (encabezada por el Partido Socialista Obrero español), cuyo resultado más palpable es un sistema clientelar que excluye sin más a todos aquellos que no participan en él. Así, la lucha política, asentada sobre un aparato propagandístico omnipresente que enfrenta a los ciudadanos entre sí, se ha transformado en una disputa por vincular la riqueza de la nación a uno u otro sector económico, esto es, a uno u otro grupo de la élite social. Resulta además evidente que la razón última de esta erupción de malestar social se encuentra en una crisis económica que está dejando de parecer temporal para convertirse en estructural. En los años 90, con los gobiernos de José María Aznar (Partido Popular), se produjo un auge económico fundamentado en la especulación bursátil e inmobiliaria que no se plasmó en creación de verdadera riqueza e impulsó a los españoles a vivir por encima de sus posibilidades. En la década siguiente, bajo los gabinetes socialistas de José Luis Rodríguez Zapatero, la situación no cambió hasta que estalló la crisis de las subprimes en Estados Unidos y puso en evidencia la falsedad del crecimiento económico. Desde entonces la brecha entre quienes gozan de los beneficios del paraguas clientelar y quienes se han quedado a la intemperie de la crisis no ha hecho más que crecer, ya que los primeros han logrado mantener su poder adquisitivo a costa de reducir el de los segundos. Como consecuencia, se ha extendido por la sociedad española un preocupante sentimiento de pesimismo y una desoladora certeza de que el futuro no ofrece ninguna expectativa de mejora. Y esto es tanto más grave cuanto que tales impresiones predominan sobre todo entre la juventud, que empieza a ver como única salida la emigración.
La actual crisis, que comenzó en el ámbito financiero y se ha transformado en social y política, ha reducido los ingresos de una buena parte de los ciudadanos europeos, que en muchos países han optado por votar opciones antisistema de extrema derecha y ultranacionalistas. De ahí que la reacción del pueblo español signifique una ráfaga de esperanza, pues no pide menos democracia, sino más, como salida de esta encrucijada histórica que empieza a parecerse demasiado a la de los años 30 del siglo XX.
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