Por Rogelio García Contreras
Luis Omar Tapia ha descrito al futbol como el deporte más hermoso del mundo. Razón tiene Luis Omar me dije al leer su observación, pero para mi gusto tan lucido escritor esta vez se ha quedado bastante corto.
El futbol no sólo es el deporte más hermoso del mundo, sino la manifestación socio-cultural (no religiosa) que más personas congrega, independientemente de la condición étnica, el nivel económico o la afiliación ideológico-política... ¿por qué? Porque el futbol es como la vida, pero una vida más sencilla y humana, no la clase de 'vida' que el dogmatismo consumista del discurso gringo está imponiendo en todo el mundo.
El futbol es sencillo, sin tantas reglas (sólo las necesarias para operar organizadamente), auténticamente democrático en forma y fondo, económicamente accesible, socialmente imperfecto, deportivamente demandante y polémico, humanamente injusto, y culturalmente… un fenómeno.
Y como fenómeno cultural, el futbol resulta en forma -que no en fondo- una manifestación más divina que cualquiera de las manifestaciones religiosas que se nos puedan ocurrir, pues a diferencia de estas, el futbol no se queda en el símbolo del mito, sino que lo trasciende para llegar a su esencia.
El futbol supera el simbolismo de su propia mitología para compartirnos la divinidad de la existencia humana cada vez que un mortal logra vencer todos los obstáculos y con un dejo de suerte, habilidad personal o intervención divina, logra que el balón, tan redondo y cíclico como la vida misma, bese las redes de una meta que es ansiada, deseada, imaginada, pero muy pocas veces poseída.
El gol, para el futbolista de corazón (quien lo mismo es aficionado que jugador) es la comunión climática entre aquello que se tiene y todo lo que se imagina, es pasado y futuro unidos en el acto que transcurre entre un quiebre o un disparo, y la red o la línea de meta. Es el instante que trasciende la finita temporalidad de quienes lo procuran para convertirse en una manifestación eterna de la voluntad divina… si no, cómo se explica aquél gol que le hace el Rey a Italia en la final del 70, cuando en lugar de saltar a rematar el centro de Rivelinho, baja de los cielos –como asegura Valdano– y suspendido en el aire con ayuda de una corte celestial, mete el testarazo con el que comenzaba la leyenda aquella mítica tarde de Junio en la ciudad de México …, y como Dios no solo tiene hijos sino también sitios predilectos, Él quiso que fuese también en México donde un pibe modesto, demasiado robusto para ser atleta y demasiado chaparro para tomarse en serio, le regalara al mundo una probadita de lo eterno y sobrenatural, primero como Satán remitiéndonos a la voluntad divina para cubrir sus fechorías, y luego como Dios, manejando el balón como si sólo el tuviese el derecho de hacerlo y plasmando en nuestras retinas al cabo de 10 segundos el milagro del gol más extraordinario y formidable que jamás se haya marcado, esto sin contar, claro está, los miles de goles igualmente formidables y extraordinarios que millones de niños alrededor del mundo anotan a diario para sus huestes entre dos piedras, dos árboles o una pared con el marco dibujado en la imaginación.
Sí señor, la mano si fue de Dios, el diez solo se ve bien en la verde-amarella, y el futbol es mucho más que un hermoso deporte, el futbol es la manifestación misma del amor, al tiempo que el gol es, como decía Hugo Sánchez, un orgasmo colectivo. El orgasmo colectivo de una sociedad que sólo gana cuando el otro pierde, que sólo existe, cuando el otro muere.
No obstante, la grandeza del gol no radica en su condición mítica ni en su importancia logística, sino en su cualidad de promesa incumplida. El futbol resulta extraordinario tan solo porque la promesa de gol es tan sagrada como el gol mismo... el tiro al poste, el remate desviado, el regate frustrado, la atajada imponente, todas estas acciones son vivos ejemplos de frustrados intentos por cumplir la promesa… pero estos intentos, aunque frustrados en hecho, son por derecho precursores de la eternidad e incluso, algunos, se convierten en la eternidad misma… como olvidar cuando en el Jalisco, Pelé se mueve al hueco, desde la media cancha alguna leyenda le filtra un pase perfecto a la espalda del defensa, el portero Uruguayo, despavorido, sale al encuentro del Rey y su súbdito…. ¿Quién llega primero? Nadie… Pelé decide que es mejor que el balón siga su rumbo y con una finta magistral deja al guardameta sembrado en el césped mientras decide evadirlo por el lado opuesto, al lado por donde el esférico siguió su marcha… es menester alcanzar el balón, el ángulo de disparo se disipa, la cancha y la energía se agotan, Pelé hace un esfuerzo sobrehumano y cayéndose, de media vuelta, mete el remate al marco desprotegido…. CERCA!!!
Esa es otra de las majestuosas bellezas del futbol asociación, sus constantes fracasos. El futbol refleja sin tapujos la lógica dialéctica del alma humana y la estructura de una sociedad llena de retos, vicios y obstáculos... como juego máximo, el futbol recrea la lógica de la vida en un tiempo y espacio que son tan efímeros, como eterno es el instante que se inmortaliza a través de un quiebre de Garrincha, una barrida del Kaiser, un remate de DiStefano, un pase de Platini, una pausa de Baggio, un cabezazo de Cruyff, la templanza de Zidane, o el vuelo de Yashin.
Simplemente fantástico, el futbol ilustra lo bello de la vida de una manera excepcional. Impredecible y frágil, la belleza del juego del hombre radica precisamente en el hecho de que este original deporte funje como una novela de realismo mágico. Como nos recuerda Luis Villoro, nadie ha escrito novelas sobre lo que sucede dentro de un campo de juego, y aquellos que lo han intentado terminan por sucumbir ante la dificultad de la empresa o por conceder a la mediocridad de sus obras. La escasa magia que ocurre a cuenta gotas en un campo de juego en cuestión de segundos resulta de hecho suficiente para compensar por los millones y millones de minutos jugados en los que no ocurre más que lo esperado: nada. Por ende y desde el ejercicio puramente literario, el futbol solo puede ser descrito, jamás inventado. Es la narracion, no la novela, la media naranja de este enigmático deporte.
Spectators wave South African flags before the opening concert for the soccer World Cup at Orlando stadium in Soweto, Johannesburg, Thursday, June 10, 2010. (AP Photo/Gero Breloer)
El agua que mece el silencio en El País
Hace 8 años
Buenísimo el post.
ResponderEliminarEn pleno mundial, les comparto mi poema, . . .
ResponderEliminarEL FUTBOL: JUEGO CELESTIAL DEL HOMBRE
Domingo la cita,
lugar un estadio,
fila de taquilla
pesado calvario.
Estando en la grada
no te importa nada,
que suenen cornetas,
matracas, trompetas.
Disfrutamos juntos
¡el juego del hombre!,
lucen los conjuntos
vistoso uniforme.
Once contra once,
el fut es romance,
la de gajos rueda
en cancha de seda.
El sudor la riega
en sana refriega,
al balón botines,
puntapiés afines.
La defensa luce,
la media se crece,
un buen delantero
encara al portero.
¡La malla se mece!,
¡la gente enloquece!,
¡la magia del fútbol!,
¡se ha metido un goool!
Anotarlo es clave,
bendita esa llave,
el tanto es pedido
en cada partido.
No basta jugarlo
pues hay que ganarlo,
triunfar con honor,
no hay nada mejor.
Dura es la batalla,
la pasión estalla,
mas hay un principio:
¡que se juegue limpio!
El árbitro pita . . .
principio, el final,
marcará cerquita
imparcial penal.
Las porras se cimbran
a cada momento,
aplauden, corean,
acción y talento.
¡Un gran cabezazo!,
¡un tiro al larguero!,
¡bonito chanflazo!,
¡lance del arquero!
¡Deporte el más bello!,
¡que ganas, que entrega!,
el fútbol se juega . . .
también en el cielo.
Autor: Lic. Gonzalo Ramos Aranda
México, Distrito Federal, a 15 de marzo del 2006.
Si Dios quiere, este bello poema rodará, rodará y rodará
por el mundo, . . . como si fuera un balón de fútbol.
Dedicado a Don Angel Fernández Rugama (QEPD)
Reg. Indautor No. 03-2006-050413132300-01