Compartimos una seción de la entrevista que Anadeli Bencomo realizó con el maestro Monsiváis cuando nos visitó en Houston en el 2007:
Anadeli Bencomo: Al abordar algunos de los temas de su libro Imágenes de la tradición viva (2006), usted se refi rió a un episodio particular de la historia del arte mexicano, el momento de la inauguración del Museo Nacional de Antropología (1964). Según nos comentaba en su charla, este museo tiene un rol protagónico en la consolidación dentro del imaginario mexicano de aquello que se entiende como patrimonio cultural de la nación. Siguiendo esta línea de refl exión, quisiera preguntarle si cree usted en la idea del “Arte Mexicano”.
Carlos Monsiváis: No se puede creer en la idea del arte mexicano, simplemente porque el gentilicio no tiene mucho que hacer en estos asuntos. Lo que
sí creo es en la idea de un arte hecho en México, arte hecho fuera de México por mexicanos, arte que tiene que ver sobre todo con temas mexicanos y arte que
una comunidad adopta como suyo por la temática, por la costumbre, o por la afi ción a lo que consideran les pertenece; pero arte mexicano no creo que exista pues
sería como si las manos de la esencia pintaran, grabaran, dibujaran… Creo que lo que se vive, y muy fuertemente, es el modo en que la costumbre se transforma en sentimiento nacional en la manera de observar el arte.
AB: ¿Y dentro de esta transformación, qué rol juegan
las políticas culturales?
CM: Juegan un rol definitivo. Por ejemplo, la importancia
del muralismo estaba ya presente en la década de 1920 en los pleitos que provocaban sus artistas, en el rechazo que les tenían los conservadores; pero en el momento en que comienzan las grandes exposiciones internacionales, y cuando se inicia la idea de
que Rivera, Siqueiros, Orozco, Tamayo, representan a México, en ese instante hay un cambio. La comunidad nacional (o como se le quiera llamar) descubre que le
gustan estos artistas porque son mexicanos, no porque les guste necesariamente lo que pintan, y de tanto que les gusta lo que hacen porque son mexicanos, acaban
aceptando que les gusta porque es arte, pero eso ya es un proceso más largo y difícil. Sin las políticas culturales del gobierno del PRI, mucho de lo que ahora se ha establecido no tendría lugar. Una gran ventaja de los gobiernos del Partido de Acción Nacional (PAN) es que no entienden nada de arte, no les interesa en lo más
mínimo y, por tanto, no van a imponer ninguna línea; porque además el Nacionalismo ya pasó y entonces tendrían que –de pronto– patrocinar las instalaciones sobre el minimalismo, o lo que fuera, y eso les desconcierta porque ellos detestan sinceramente el arte. Entonces a lo que vamos es a un momento en el cual las políticas culturales van a oscilar entre el deseo de prohibición y el desconcierto ante lo que no entienden, pero ya pasó esa gran etapa en la cual toda una serie
de pintores y de tendencias artísticas funcionaban porque detrás había un gobierno que los impulsaba.
AB: Sin embargo, a pesar de esta tendencia que usted reconoce en los gobiernos del PAN, durante el mandato de Vicente Fox se fragua el proyecto oficial de la megabiblioteca Vasconcelos en el DF mexicano. ¿Qué piensa usted de esta iniciativa: es un proyecto necesario o una empresa insensata?
CM: Lo de la megabiblioteca es lo típico de cada mandato mexicano, pues los gobiernos necesitan tener una obra monumental que los consagre y con la
que uno los asocie: el Templo de Diana en Efesos… pero ellos no son paganos…; los jardines colgantes de Babilonia… exigiría una obra maestra de arquitectura para que esto sucediera; las pirámides de Egipto… no se puede porque ya no hay espacio en el DF y tendrían que expropiar demasiados terrenos lo que sería muy costoso… ¿Qué se les ocurre entonces? El Centro Nacional de las Artes, que es un desastre porque nunca
se integró y simplemente son edifi cios coaligados por la imposibilidad de que éstos se escapen, que no han retenido un público ni creado una atmósfera distinta.
¿Qué se le ocurre a continuación a Vicente Fox o a quien se le haya ocurrido? Algo monumental y esto tiene que ver con la idea de una Megabiblioteca en la capital mexicana. Antes habían lanzado una campaña que se llamaba “México: un país de lectores” y fue muy interesante porque el día del lanzamiento llevaron a un futbolista, a una actriz de Televisa y a un periodista (ninguno de los tres muy califi cados en cuanto a su afición a la lectura) para promover este proyecto
liderado por Fox, quien como candidato le había dicho a un grupo de artistas y de intelectuales: “A diferencia de ustedes que se formaron leyendo libros, yo me
formé viendo las nubes”. Entonces, en lugar de hacer lo que procedía, que era una nuboteca, se lanza (o lo convencen de que lo haga) a esta Megabiblioteca que
ya desde el nombre era verdaderamente triste. Se le objeta que de lo que se trata es de fortalecer el sistema regional de bibliotecas y que ya existiendo toda la tecnología e informática, es absurdo levantar un mausoleo, que él no tiene que crear una biblioteca semejante a la de Harvard, ni nada por el estilo. Sin embargo,
a Fox le da exactamente lo mismo que objeten o no porque, entre otras cosas, para él el libro es un objeto extraño que, como no tuvo lugar en su casa, no tuvo lugar en su imaginación. Se lanza así a algo despiadado en una zona de la ciudad que colinda con sectores absolutamente populares; con un presupuesto descomunal construyen una biblioteca que cuesta 2100 millones de pesos, lo cual es una cantidad desaforada. Se
les olvida que está levantada sobre un manto freático, lo que va a dar por resultado una situación que para los libros es fatal. Luego construyen un jardín botánico
que, con una generosidad que todavía me ruboriza, dicen que se va a ver bien dentro de cincuenta años. Este jardín también va a tener consecuencias dramáticas
para los libros y luego tienen un acervo para esa megabiblioteca de trescientos mil libros, ninguno de los cuales se imprimió antes de 1980. Todo el proyecto es tan desaforado que me parece increíble, aunque la crítica no sirve para nada. Un problema de la crítica actual en el mundo entero es que da igual. La crítica
ya forma parte del ruido lejano; la crítica no influye, no determina y, de tanto no determinar, se vuelve inaudible. Empiezan los problemas y, sobre todo, el año pasado
se pierden treinta mil libros por el agua, se mojan irremediablemente pues los libros no están acostumbrados a nadar… Allí empieza el desastre hasta que
recientemente tienen que cerrarla por otros numerosos problemas. Este proyecto está condenado desde el principio y yo creo que la humildad es lo que ya empieza a exigirse en proyectos culturales, ya pasó la era de la gigantomaquia pues sus proyectos no los permite ni la capacidad económica del estado, ni la necesidad
de los ciudadanos que más que todo está centrada en ofertas al alcance.
El resto de la conversación se puede encontrar en
Literal
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