martes, 25 de enero de 2011

EDITORES INDEPENDIENTES IV

Es el turno de platicar con David Ortiz Celestino, el talentoso editor de la revista Los perros del alba

RMS: ¿Qué significa editar en México cuando las estadísticas no reportan un alto índice de lectura en nuestro país?

David Ortiz Celestino: El asunto de editar, de realizar búsquedas de autores, de intentar conseguir patrocinios para subsistir (o resisitir) se ve siempre compensada cuando uno descubre que en nuestro país, quizá hoy más que nunca, hay una proliferación de grandes escritores, de autores muy bien logrados que indudablemente son pretexto suficiente para hacer leer a casi cualquier persona. Aún más gratificante es ver que la literatura -que es el asunto que a mí me interesa- se ha descentralizado de una forma bárbara. Hoy en día no es imperativo categórico ir a la Ciudad de México para saber qué se está haciendo en el país. Sólo es cuestión de echar un vistazo a los demás Estados para convencerse que la la buena literatura no tiene denominación de origen, sino que afortunadamente está acusando muy buena salud en general. En México, el porcentaje de lectura ha tenido un nivel históricamente bajo, sin embargo, pienso que es difícil que disminuya, por el contrario, hay más probabilidad que vaya a la alza ahora que existen medios sumamente eficientes para difundirla. Los instrumentos ahí están, sólo es cuestión de que el editor ponga en juego sus talentos y haga las cosas pertinentes.

RMS: Se dice que las editoriales independientes somos el espacio vital de las letras mexicanas, pero a la vez la labor del editor es muy poco reconocida. ¿A qué atribuyes esta disparidad entre el esfuerzo invertido y la poca retribución que se recibe?

DOC: Posiblemente esta disparidad que señalas sea consecuencia natural de que quien importa al lector es el autor, pues es el visible. La mejor retribución que pueda recibir el editor (además de la económica, por supuesto) es hacer que el o los autores a quienes publica (promociona, si lo vemos desde un aspecto pragmático) sean leídos. La fama, el reconocimiento de un autor, sin duda vienen aparejados con la calidad y el compromiso de su editor y todo el dispositivo que éste hace girar en torno a la producción editorial. Cuando hay fallas en el libro es cuando el editor sale a la luz. El que no se hable o se haga referencia al editor es señal o de que las cosas se hicieron bien o que en definitiva el libro o la revista no valieron la pena. De esos últimos aspectos, a juicio personal, es de los que más deberíamos preocuparnos.

RMS: ¿Cuál es tu perspectiva con respecto a los e-books y el internet? Cómo crees que éstos afecten tu labor como editor?

DOC: Afectan, sí, pero en un sentido positivo. Pienso que si los jóvenes y adolescentes -los más familiarizados con las nuevas tecnologías- logran leer un libro completo en su e-book, aunque sea por novedad, siempre será un gran logro para cualquier editor. El e-book, pese a su alto precio, puede ser de suma utilidad, pues tiene la posibilidad de cargar en él un sinnúmero de libros electrónicos o de archivos que de otra forma sería imposible trasladar. En cuanto a internet pienso que es una herramienta de trabajo ahora insoslayable. Como editor, como gestor y como visor del quehacer literario, tanto los blogs, los podcast, las páginas electrónicas y el Facebook se convierten en una gran ayuda para conocer a los autores que publican así como establecer el contacto, ubicarlos y saber qué escriben. Es difícil prescindir de ellos, sobre todo si tu trabajo depende de establecer lazos profesionales con autores de otros estados y países e investigar qué están aportando a la cultura. Aunque también, y como todo, tiene sus bemoles. Si bien la literatura nacional tiene a muchos y muy buenos autores, también hay una proliferación escandalosa de gente que tiende a escribir de forma indiscriminada textos bastante desafortunados y los sube a sus páginas personales o colectivas, logrando con ello un cúmulo de información que vuelve complicada -que no imposible, aunque casi- la labor editorial. Ahí es donde inicia nuestra verdadero trabajo como editor, que es el de leer, separar, dictaminar y seleccionar, de entre todo, lo bueno y lo mejor

RMS:¿Crees que la web logre desplazar a los libros y las revistas físicas?

DOC: Creo que es un proceso "natural", pero el papel no desaparecerá del todo. La disminución de éste sin duda será de gran ayuda, pues bajará la deforestación indiscriminada y todos los males que conlleva.
Viéndolo del lado más romántico, pienso que siempre existirá esa necesidad sinestésica de tener el libro en físico, de leerlo, de olerlo, de tocarlo, de hojearlo, de manipularlo, de incluirlo como compañero de viaje, de recurrir a él sin el miedo de que se le acabe la batería o se raye la pantalla o que se caiga al piso y ya no sirva. Pienso que nadie está dispuesto a prescindir de este tipo de estímulos.

miércoles, 19 de enero de 2011

EDITORES INEPENDIENTES III

Esta vez conversamos con César Tejeda, el director de la revista Los Suicidas

RM
¿Qué significa editar en México cuando las estadísticas no reportan un alto índice de lectura en nuestro país?

César Tejeda: Hace un par de años tomé el diplomado en edición de libros que imparte el maestro Miguel Ángel Guzmán. En la primera clase, antes de entrar en los aspectos técnicos de la materia, el profesor comentó que en México no existían suficientes lectores porque los editores mexicanos son malos. Cuando escuché aquello mi primera reacción fue dudar: “¿Así que debemos olvidarnos de las políticas culturales casi inexistentes y de las políticas educativas insuficientes? Eso por mencionar sólo algunos de los aspectos que suelen culparse cuando se habla de México y la lectura”. Hoy sigo sin estar de acuerdo con aquella sentencia; la asumo como parcialmente cierta: lo editores tienen sólo parte de la culpa. De todas maneras decidí asumir esa idea en el plano profesional. Culparme, culparnos a todos los editores, me impulsa a trabajar mejor. Editar significa crear lectores.

RMS: Se dice que las editoriales independientes somos el espacio vital de las letras mexicanas pero a la vez, la labor del editor es muy poco reconocida. A qué atribuyes esta disparidad entre el esfuerzo invertido y la poca retribución que se recibe.

CT: Creo que son dos preguntas distintas. O por lo menos en mi experiencia lo son. Por una parte considero que soy lo suficientemente reconocido como editor, aunque también soy mal remunerado: el reconocimiento no implica dinero.

Prefiero no pensar que siempre seré mal remunerado por mi trabajo. Opto por la proyección siguiente: estoy empezando y los sacrificios de hoy representarán beneficios mañana. Tal vez me equivoque, pero no veo la manera en que podría seguir trabajando si todo el tiempo pienso que fracasaré en el plano económico.


RMS: ¿Cual es tu perspectiva con respecto a los e books y el internet? ¿Cómo crees que estos afecten tu labor como editor?

CT: Comencé viéndolo como un problema: mi primer proyecto editorial fue concebido en papel. Pensábamos que Los Suicidas debía ser una revista física antes que nada, incluso antes que literaria. Ahora tenemos una página de Internet compleja y pensamos que el futuro de la editorial está allí. Hay algo que es incuestionable: desde que nos apoyamos en Internet hemos triplicado (cifra conservadora) nuestros lectores y ¿qué editor no vería eso como algo bueno? Empecé defendiendo el papel, ahora defiendo la literatura.

RMS: Se ha especulado mucho sobre el final del papel ¿Crees que la web logre desplazar a los libros y las revistas físicas?

CT: La mayoría de mis amigos pasan más tiempo enfrente de la computadora que enfrene de un libro. Por lo menos, y considerando a la mayoría de mis amigos, los libros y las revistas físicas ya fueron desplazados.

EDITORES INDEPENDIENTES II

Literal continúa con el diálogo recientemente establecido con editores de revistas independientes. En esta ocasión conversamos con Federico de la Vega, director de Separata, revista de pensamiento y ejercicio artístico.
RMS: ¿Qué significa editar en México cuando las estadísticas no reportan un alto índice de lectura en nuestro país?

Federico de la Vega: Mira, edito Separata por fascinación, por la admiración que le tengo a los escritores, por el placer de leer trabajos de creación desde una perspectiva crítica para poder seleccionar y ordenar cada número. Hay en mí una necesidad que atiende al gusto por el oficio. Ese es el primer impulso que me mueve para mantener una publicación mensualmente.
El índice de lectura que mencionas es una situación que ha existido siempre en nuestro país y es consecuencia de la política. México tiene problemas muy graves, que en pleno siglo XXI es una vergüenza reconocer: salud pública, educación, seguridad y fuentes de trabajo principalmente. Mientras no haya una distribución más equitativa de la riqueza, la sociedad no podrá atender a asuntos como la apreciación del arte o la exquisitez de la lectura; la gente está seriamente preocupada por buscar un empleo, en sacar la comida del día y en obtener seguridad social. Un simple ejemplo: el gobierno aparenta que está preocupado por desarrollar programas de promoción a la lectura; piensa que un libro cuesta unos trescientos pesos y que con ese dinero come una familia de cinco integrantes durante unos tres o cuatro días ¿Crees que por lo menos contemplan la idea de leer? ¡Claro que no! Pues bien, más o menos el sesenta por ciento de la población está en esa situación, en la que su única preocupación es sobrevivir. Y ya no hablemos de otros problemas como el acceso a la educación; hay un índice muy alto de individuos que no saben leer. Si verdaderamente el Gobierno estuviera preocupado porque los individuos leyeran, plantearían un proyecto de Estado en donde el objetivo fuera una mejor calidad de vida de los mexicanos, con mejores expectativas y mayores oportunidades no sólo de desarrollo económico sino humano.


RMS: Se dice que las editoriales independientes somos el espacio vital de las letras mexicanas pero a la vez, la labor del editor es muy poco reconocida. ¿A qué atribuyes esta disparidad entre el esfuerzo invertido y la poca retribución que se recibe?

FDV: Creo que la labor de quien publica una revista de Literatura es un compromiso grande, ya que en México contamos con una larga tradición que ha dado revistas de prestigio por la calidad en sus propuestas estéticas y en su visión crítica; muchas veces esas revistas han sido el espacio donde surgieron escritores y artistas que hicieron gran trayectoria. Pienso que los editores quienes nos proponemos mostrar la literatura contemporánea, trabajamos a la sombra de esas grandes revistas y sólo con los años nos daremos cuenta si cumplimos o no. En este sentido, sí creo que las revistas independientes sean ese “espacio vital de las letras mexicanas” que mencionas; pienso que nuestra labor es “buscar” nuevos autores, las propuestas más interesantes que están surgiendo en nuestros días, para que converjan en un contexto político, social, económico y cultural a través de una publicación.
Respecto a que es muy poco reconocida la labor del Editor, te diría que, en lo personal, el reconocimiento viene de los autores que aceptan la invitación a publicar y que quedan agradecidos, y de los lectores que están al pendiente de la revista y se acercan para darnos su opinión. La satisfacción es ver el objeto, mes con mes, con nuestro errores y aciertos, y saber que podemos perfeccionar nuestro trabajo.

RMS: ¿Cuál es tu perspectiva con respecto a los e books y el internet? ¿Cómo crees que éstos afecten tu labor como editor?

FDV: No pienso mucho en esas cosas. Creo que productos como los e books atienden a un mercado que se van creando las grandes industrias para generar en el consumidor nuevas necesidades; ellos están preocupados por generar riqueza económica con el pretexto de hacer la vida más sencilla. Y si piensas que tiramos solamente unos mil doscientos ejemplares de Separata, los cuales distribuimos de mano en mano, te das cuenta de que ni siquiera estamos en el mismo discurso.
Desde luego que esos productos cumplen con una función sensata, como la comunicación o la movilidad de los individuos sin necesidad de limitar sus actividades. Pero, en este sentido, hay dos aspectos a considerar; uno repercute en el asunto de la lectura y el otro en la labor editorial. Con productos como el e book es evidente que el medio de la lectura cambia, pero la labor intelectual es la misma. En cambio, la labor editorial tiene un mercado delimitado por otras características y necesidades, en particular, la de seguir documentando la actividad intelectual de generaciones a través del tiempo, visto el libro como vestigio cultural, independientemente de la oferta y la demanda del mercado.


RMS: Se ha especulado mucho sobre el final del papel. ¿Crees que la web logre desplazar a los libros y las revistas físicas?

FDV: No, no lo creo. Pienso que la web es para distribuir información de manera masiva, para facilitar la comunicación entre las personas. En cambio, los libros y las revistas sirven para dar placer, un placer raro, desde luego. El hombre es un ser de sentidos y siempre tendrá la necesidad de oler el papel, de palparlo, cuando está leyendo; y es que leer Literatura es el acto de reflexionar sobre el hombre mismo, de reconocerse en las diferentes actividades y situaciones que lo caracterizan como ser humano. Creo que el libro es el gran proyecto del hombre.

domingo, 16 de enero de 2011

EDITORES INDEPENDIENTES

A raíz de una reunión convocada por el FONCA, tuvimos la magífica oportunidad de conocer a los editores de las revistas independientes que obtuvieron el apoyo “Edmundo Valadés 2010”. Se discutieron muchos temas en esa reunión, entre los cuales se habló de los territorios agrestes que se transitan al momento de concebir y dar a la luz un proyecto de esta naturaleza.
Literal , a lo largo de los siguientes días, irá platicando con cada uno de ellos y tratar de entender lo que está sucediendo hoy por hoy en las ediciones que no son apoyadas más que por la energía y los ideales del grupo que los produce.
Comenzamos con la revista 3D2 y Metrópolis.

“El Mane” Vargas
Director de la revista 3D2



¿Qué significa editar en México cuando las estadísticas no reportan un alto indice de lectura en nuestro país?

3D2: Editar en México, es una forma simbólica de construcción de conocimiento. Creación que invita a la divulgación de contenidos temáticos y de diferentes corrientes literarias y científicas.

Así pues, el dato que aparece a raíz de la encuesta de los hábitos culturales en México donde se constata una carencia hacia la lectura. Un dato, que como editores nos invita a trabajar en ello.


Se dice que las editoriales independientes somos el espacio vital de las letras mexicanas pero a la vez, la labor del editor es muy poco reconocida. ¿A qué atribuyes esta disparidad entre el esfuerzo invertido y la poca retribución que se recibe?

3D2: La imagen del editor va de la mano al oficio del promotor. Un visionario con capacidad de toma de decisiones, que se divulga y que no. Un oficio, que como tal, carece de un reconocimiento tanto social como académico. Carente de identidad y respeto, el editor pasa a ser un creador, que como tal, trabaja y trabaja, lamentablemente con una retribución mínima en lo económico, se gana en otras formas de capital, cultural, simbólico o de conocimientos.

¿La capacitación en ese sentido es pertinente, configurar y legitimar el campo de acción es una prioridad. Intentos existen, propuestas van emergiendo. Falta mucho, pero se va haciendo algo, paso a pasito.


¿Cuál es tu perspectiva con respecto a los e books y el internet? ¿Cómo crees que estos afecten tu labor como editor?

3D2: Desde el trabajo del Fanzine 3D2 pensamos que no afectan la labor del editor. Al contrario, son otros escenarios de vinculación entre el editor y el lector. Lo importante es la capacidad de creación y adaptación a nuevas plataformas para la difusión de los contenidos. Ahí los espacios digitales abren una perspectiva para más públicos posibles.

Se ha especulado mucho sobre el final del papel, del producto impreso. ¿Crees que la web logre desplazar a los libros y las revistas físicas?

La evolución es pertinente. No sabemos de ejemplos al día de hoy en donde el papel sea desplazado por el espacio digital. Puede ser, puede no ser. Pueden coexistir ambas formas. ¿Será posible? Por ahora, no lo sabemos.

***
Carlos Vicente Castro
Director de la revista Metrópolis


¿Qué significa editar en México cuando las estadísticas no reportan un alto índice de lectura en nuestro país?

Metrópolis: Implica el reto de encontrar vías cada vez más efectivas para promover la lectura.

Se dice que las editoriales independientes somos el espacio vital de las letras mexicanas, pero a la vez la labor del editor es muy poco reconocida. ¿A qué atribuyes esta disparidad entre el esfuerzo invertido y la poca retribución que se recibe?

Metrópolis: La dificultad más grande que afronta el editor es la valoración de su trabajo al interior de su propio medio. Con frecuencia se reconoce más a quienes recaudan directamente el capital y no a los que configuran un proyecto y lo llevan a cabo.

¿Cuál es tu perspectiva con respecto a los e-books e Internet? ¿Cómo crees que afecten tu labor como editor?

Metrópolis: Un buen editor utiliza a su favor las nuevas vías de comunicación.

Se ha especulado mucho sobre el final del papel. ¿Crees que la web logre desplazar a los libros y las revistas físicas?

Metrópolis: Hasta hoy, los medios electrónicos y físicos han sido complementarios: unos llevan a otros. Si por necesidad social desaparecieran los impresos en papel habría que dar gracias por la buena fortuna de los árboles y adecuarse a las nuevas técnicas.

miércoles, 5 de enero de 2011

Los mejores libros de la década según el equipo de Literal

En esta nueva década que comienza, algunos miembros del equipo Literal nos cuestionamos cuáles habían sido los mejores libros publicados entre el 2000 y el 2010. Los resultados aparecen a continuación:

Yvon Grenier
Fictions:
The Human Stain by Philip Roth, (2001).
On Chesil Beach by Ian McEwan, (2007).
El arma en el hombre by Horacio Castellanos Moya, (2001).
La fiesta del Chivo by Mario Vargas Llosa, (2002).
Les bienveillantes by Jonathan Littell, (2006).

Essays:
Poeta con paisaje: ensayos sobre la vida de Octavio Paz
de Guillermo Sheridan, (2004).
Opening Mexico, The Making of a Democracy
by Julia Preston and Samuel Dillon, (2004).
Postwar, A History of Europe since 1945 by Tony Judt,(2005).
History's Locomotive, Revolutions in the Making of the Modern
World
by Martin Malia,(2005).

Biography:
Borges: A Life by Edwin Williamson,(2004).

Maarten Van Delden

Fiction:
Roberto Bolaño, 2666
Francisco Goldman, The Divine Husband
Mario Vargas Llosa, La fiesta del chivo
Heriberto Yépez, A.B.U.R.T.O.
Jorge Volpi, El fin de la locura

Non-fiction:
Pascale Casanova, The World Republic of Letters
Mark Lilla, The Reckless Mind: Intellectuals and Politics
Richard Rodriguez, Brown: The Last Discovery of America
Guillermo Sheridan, Poeta con paisaje: ensayos sobre la vida de Octavio Paz
James Wood, How Fiction Works

David Medina Portillo

Diez libros de poesía mexicana de la última década:

1. Poesía eras tú, de Francisco Hinojosa
2. Santo y seña, de Pura López Colomé
3. Proa, de Julio Trujillo
4. Luz de la materia, de Malva Flores
5. Nadir, de Elsa Cross
6. Muerte en la Rua Augusta, de Tedi López Mills,
7. Erdera, de Gerardo Deniz
8. Si ríe el emperador, de Coral Bracho
9. Historia, de David Huerta
10. Kubla Khan, de Julián Herbert

Diez libros de géneros varios que me parecen excepcionales:

1. De por qué no fui el hombre de la década, de Luis Ignacio Helguera
2. El testigo, de Juan Villoro
3. Así por el estilo, de Joseph Brodsky
4. Los bárbaros, de Alessandro Baricco
5. Errata, de George Steiner
6. Algo va mal, de Tony Judt
7. Pétalos, de Guadalupe Nettel
8. Pudor, de Santiago Roncagliolo
9. Hipotermia, de Álvaro Enrigue
10. Las cinco paradojas de la modernidad, de Antoine Compagnon

Tanya Huntington
The Divine Husband de Anne Carson
Disgrace J. M. Coetzee
Waiting Ha Jin
The Shock Doctrine de Naomi Klein
El último encuentro de Sándor Márai
Kafka on the Shore de Haruki Murakami
Out Stealing Horses de Per Petterson
La fiesta vigilada de Antonio José Ponte
Persépolis de Marjane Satrapi
Visión de paralaje de Slavoj Zizek


Rose Mary Salum


Ensayo:
Contra el fanatismo de Amos Oz
Nobleza de espíritu una idea olvidada de Rob Riemen
Diez posibles razones para la tristeza del pensamiento de Geroge Steiner
Los Bárbaros de Alessandro Baricco
El hombre sin cabeza de Sergio González Rodríguez

Ficción:
Disquiet de Julia Leigh
Interpreter of Maladies de Lumpha Lahiri
Pétalos de Guadalupe Nettel
El jardín de la señora Murakami de Mario Bellatin
Abundancia de Mori Ponsowy

Poesía:
Humos de incendios lejanos de Eduardo Chirinos

Malva Flores

Querida Rose:
Llegué a la conclusión de que cualquier intento por hacer una lista me bloqueaba el cerebro de inmediato. Entonces decidí mandar los nombres que me vinieron a la mente y que escribí en cuanto me lo propusiste. Me parece que ésa es la lista más genuina. No sé si sean los mejores y los que faltan son legión (ya empiezan a bisisear los nombres). Tampoco aparecieron estrictamente el año pasado, pero son los que recordé primero, sin necesidad de meditarlo; es decir: los que en mí permanecen.

Libros de poesía:
Ese espacio, ese jardín, de Coral Bracho
Muerte en la Rúa Augusta, de Tedi López Mills
La sombra y la apariencia, de Andrés Sánchez Robayna

Reediciones:
Historia, de David Huerta

lunes, 3 de enero de 2011

La Salta de Lucrecia Martel

Por Renée Sum Scott (University of North Florida)


Lucrecia Martel nació en la provincia de Salta en el noroeste argentino. Es importante mencionar este dato porque allí localiza sus tres largometrajes: La ciénaga(2001), La niña santa (2005) y La mujer sin cabeza(2008). Por medio de personajes femeninos, que son el eje de acción de sus películas, desmonta una visión idealizada de la sociedad salteña, mostrando sus conflictos y prejuicios. Aunque su obra se inspira en experiencias autobiográficas y locales trata temas universales, lo que ciertamente ha contribuido a su éxito; Martel es la directora más conocida del llamado “nuevo cine argentino”.

Los detallados escenarios interiores contribuyen a subrayar la sensación de desorientación y confinamiento que sienten los personajes. En la descuidada casona en La ciénaga, Mecha, la matriarca de una familia “bien” venida a menos y su prole pasan las horas muertas de la siesta tirados en la cama. El reloj de alarma en la mesa de noche de Mecha marca constantemente las 12:00 porque nadie se molesta en ponerlo en hora. Mientras tanto en su casa de la ciudad Tali, la prima de Mecha, está constantemente tratando de hacerse oír por encima del ruido que viene del bar vecino. En La niña santa, la adolescente Amalia vive con su madre Helena y su tío Eddy en el antiguo hotel Las Termas, que pertenece a la familia. Con su mobiliario pasado de moda y la pintura descarnada de sus habitaciones, el hotel refleja la letargia física y moral en que se encuentran los personajes que conversan de tonterías sin saber qué hacer con su vida.

Vero, en La mujer sin cabeza, cree que ha atropellado a alguien en la carretera. A lo largo de la película se desplaza desconectada de la realidad entre varios espacios. En su casa entra vestida a la ducha, llega a su consultorio de dentista y se sienta en la sala de espera. La tía Lala pasa los días postrada en la cama teniendo apariciones y escuchando voces del más allá. Comenta Josefina, la cuñada de Vero: “En esta familia todos terminan perdiendo la cordura” mostrando el proceso de decadencia que las protagonistas de Martelson incapaces de detener. Mientras que en el cine hollywoodense los teléfonos son un signo opulencia, en los filmes de Martel están asociados al fracaso de la comunicación. Mecha se niega a hablar por teléfono con Mercedes, la antigua amante de su marido. Vero en La mujer sin cabeza tampoco usa el teléfono de su dormitorio. Las sirvientas generalmente realizan las llamadas mostrando hasta qué punto las protagonistas han perdido contacto con lo que ocurre fuera de sus habitaciones y dependen de las mujeres indígenas a quienes por cierto desprecian. En La niña Santa el teléfono tampoco promueve la comunicación entre los personajes. A Helena le disgusta que su ex marido la llame por teléfono y cuando su hermano Freddy finalmente disca el número de su ex esposa en Chile, cuando ésta contesta cuelga el auricular sin hablarle.

Martel se dedica a derrumbar la imagen de la madre abnegada y sacrificada a la que se debe un respeto eterno, tan importante para el catolicismo, sobre todo en los países hispanos. Cuando en La ciénaga la alcohólica Mecha se cae y se hiere el pecho con los trozos de los vidrios de unas copas su hija adolescente Momi (que aún no tiene permiso de conductor) tiene que llevarla al hospital. Su hijo Joaquín ha perdido un ojo cazando, otro ejemplo de negligencia maternal. Como contrapartida Tali es una mujer activa y emprendedora que trata de mantener el orden familiar, una verdadera mamá de las que cuidan y consuelan. No obstante, en la conclusión dramática del filme su hijo de seis años muere al caerse de una escalera cuando ella se distrae. La conservadora madre de Josefina en La niña santa encuentra a su hija en la cama con el primo, lo que nuevamente sitúa al espectador en una especie de cuestionamiento sobre la maternidad. Para aliviarse de un zumbido en los oídos que aumenta y disminuye según la tensión, Helena en La niña santa se encierra en su dormitorio con las persianas bajas, cerrando literal y simbólicamente su conexión con el mundo. Ilusionada con la atención que le presta el Dr. Jano, quien está participando en el congreso de otorrinolaringología quese está realizando en Las Termas, no tiene tiempo de ocuparse de su hija Amalia. En La mujer sin cabeza, Vero está más preocupada por su teñido de pelo que el bienestar de sus hijas. Cuando la tía Lala le dice: “Qué bueno que no tuviste hijos”, en vez de corregirla se queda silenciosa, como si dudara de su propia maternidad.

Otro tema recurrente de las películas es la religión que ocupa un lugar central en la vida diaria de la sociedad salteña. En La ciénaga la Virgen esté presente en la pantalla del televisor y en boca de las mujeres, ya que su figura se ha aparecido arriba de un tanque de agua de la ciudad. En una de las últimas escenas del filme, Momi declara: “Fui donde se apareció la Virgen. No vi nada.” En efecto, estamos frente a una religiosidad vacía que no lleva a los personajes a ninguna reflexión acerca de sus actitudes clasistas y racistas. Mecha abusa de sus sirvientas, a las que se refiere colectivamente como “estos indios”; las acusa de haraganas y ladronas aunque depende completamente de ellas. Cuando el Dr. Jano manosea a Amalia en La niña santa, la inquieta adolescente encuentra su misión en el plan divino: salvarlo del pecado. Mientras tanto su amiga Josefina disfruta de los toqueteos con el primo pero le advierte: “No quiero relaciones premaritales”. En La mujer sin cabeza Vero regala ropa usada y revisa la boca de los escolares, como si estas acciones fueran suficientes para cumplir con el precepto de ayudar al prójimo. Al verla pasar en su coche por las comunidades marginales de la ciudad el espectador queda nuevamente expuesto a esta sociedad conservadora en la que los pudientes blancos y los pobres indígenas interactúan constantemente pero nunca se mezclan.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Literal conversa con el escritor e historiador Paco Ignacio Taibo II



Por Emmanuel Caballero

Dentro del marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2010, Literal conversó con el escritor e historiador Paco Ignacio Taibo II en una entrevista profunda, caótica, polifacética y sobretodo tan divertida como el autor; salpicada de humo y refresco de cola.

Emmanuel Caballero: Paco, he leído recientemente El Retorno de los Tigres de la Malasia y la verdad lo he disfrutado ampliamente.

Paco Ignacio Taibo II: ¿Lo gozaste?

EC: Lo gocé muchísimo, ¿Que significa para ti hablar de uno de tus héroes de la infancia?

PIT II: Lo gocé muchísimo, lo disfruté. Era convocar la sensación de que leer era ese momento apasionante de ¿y ahora qué va a pasar? Esa sensación de leer cuando eres niño y adolescente que yo creo que se está perdiendo. Ahora se lee de una manera más tiesa, rígida, obligatoria, y bueno, me atraía mucho esa manera de escribir para recuperar esa manera de leer.

EC: Además presentas un Sandokán un tanto diferente, tú dices que es un pastiche pero es un Sandokán diferente.

PIT II: Alguien me dijo, “el Sandokán de Salgari” y yo dije “no, el mío”, pasó por mis manos y ya no será el mismo nunca más. Tenías que modernizar la novela del XIX. La novela del XIX está llena de resabios, diálogos innecesarios para que haya más páginas, personajes sin trazo psicológico, se escinde entre la novela psicológica y la novela de aventuras y no se atreve a malas palabras. Asaltan un barco pirata y dicen “¡caspita!” no friegues, Yáñez tiene que decir ¡coño! O el sexo, el puritanismo de la novela del XIX no lo puedes asumir ahora, o la profundidad de los personajes, de donde vienen, en que sueñan, toda una vida de violencia lo tiene que haber marcado.

EC: Tanto Sandokán como los 3 mosqueteros, son banderas muy tuyas, antimperialismo y anticlericalismo, ir en contra de esas estructuras de poder, contra los ordenes sociales, ¿Cuál es entonces tu propuesta ideológica? ¿Cómo debería funcionar la sociedad para ti?

PIT II: Cambiemos el mundo en chinga, o el mundo que tenemos nos va a destruir. No me gusta el modelo, la estructura, el proyecto de sociedad basada en el egoísmo, el desprecio, el codazo, el ascenso en la pirámide, la corrupción, el despojo, la mentira, la violencia hacia los más desprotegidos, no me gusta el modelo de sociedad que tenemos y en el que vivimos, entonces cambiémoslo rápido. La literatura es un arma de construcción de ideas, si con tus ideas puedes aportar a cambiar el mundo pues adelante.

EC: Hablando precisamente de esos movimientos sociales, ya antes le habías dado voz a Sandokán en Héroes Convocados, recuerdo muy bien ese libro. Vemos al 68 muy presente en tu obra, es algo que te marca, ¿es un fantasma que hay que exorcizar o es un motor creativo?

PIT II: Está bien planteado, apuesto por los dos, porque es evidentemente un fantasma que hay que exorcizar, porque ahí tienes la cicatriz y todavía no se cierra la herida, pero también es gasolina vital, que el espíritu y el estilo del 68 no nos abandone y nos proteja, nos acompañe hasta los noventa años.

EC: Un escritor tan prolijo como tú, que de pronto al año escribe muchísimo, que publica tantos libros, ¿corre el riesgo de repetirse?

PIT II: No, tiene el riesgo de que se le olviden sus primeras novelas, de que la memoria no te de para recordar todo lo que has escrito. Y no me pasa tanto en la literatura aunque de repente me leo a mi mismo y me la paso muy bien, digo “que bien escribe este cuate, que imaginativo” porque ya tengo la distancia respecto a mis primeros libros. Pero me pasa en la historia, de repente estoy discutiendo un tema del que ya escribí y digo “espérame déjame ir por la Biblia” y vas a buscar tu propio libro para recordar, porque la memoria no te da. He cambiado del Che a Pancho Villa pasando por Mariano Escobedo, de Pancho Villa a Tony Guiteras, de Tony Guiteras a ahora, a la batalla del Álamo, que es lo que estoy escribiendo. Si ustedes están en Houston se pondrán contentos, porque mi próximo libro es La Verdadera Historia de la Batalla del Álamo un libro no apto para Hollywood, y es la desmontada de cómo Hollywood inventó la batalla del Álamo y que fue lo que realmente pasó ahí.

EC: Entonces ese es uno de tus proyectos…

PIT II: En eso estoy, con un poco de suerte en tres o cuatro meses estará listo, ya la investigación la terminé, varios años llevaba trabajándola, ya está y ya estoy redactándola.

EC: Hace poco en Guadalajara referías como alguien te dijo que un libro es un artículo de consumo, un par de zapatos.

PIT II: “Alguien” era el ministro de Hacienda de este país, mi respuesta al ministro de hacienda fue “¿Qué zapatos ha leído últimamente?”, se puso muy nervioso. (risas).

EC: ¿Por qué para ti el libro no es solo un articulo de consumo, o no es un articulo de consumo?

PIT II: No lo es, para nada, el libro es un producto cultural, y si olvidamos eso, olvidamos todo y lo convertimos en mercancía, y le damos valor de mercancía, que la tiene porque circula en el mundo de las mercancías, pero está más allá de las mercancías. El libro es un transmisor de ideas, un creador de pensamiento informal, un constructor de pensamiento utópico, un transformador de aquel que lee, no somos iguales después de haber leído un libro. Cada libro que leemos nos modifica, para bien y para mal, nos transforma. Incorpora a nuestra experiencia vital nuevas informaciones sentimentales o informaciones en el sentido más amplio de la palabra. Leer es uno de los actos más importantes que ha creado el ser humano en su historia, porque le permitió ser otros ¿Qué más subversivo hay en el planeta que un adolescente de barrio bajo de Guadalajara que de repente abre una novela cuyo personaje central es una prostituta turca del siglo XVI? Mientras lees eres ella, la esencia del pensamiento subversivo es aprender a ser otros, porque si aprendes a ser otros piensas también en función a otros. Si creas empatía con la señora de la esquina que está vendiendo tortillas y deja de ser una sombra que pasa frente a ti y se vuelve un ser humano, si la literatura te ayuda a crear este fenómeno, carajo estas desarrollando la más importante de las actividades humanas, que es el pensamiento solidario.

EC: ¿Es por eso que tus personajes son de algún modo tan sociales, tan citadinos, tan, no comunes pero si de algún modo “regulares”?

PIT II: (Risas) Comunes no son, son personajes que en cierta medida retratan de una manera… aunque bueno, siempre que estás escribiendo tienes tentaciones ideológicas. Esras tentaciones las subordinas a la autonomía de la novela, la novela tiene autonomía, tiene sus reglas propias y tienes que preservarlas y protegerlas de que no se te vuelva un discurso político, un panfleto que mata a la novela.

EC: ¿Cómo afecta esta mentalidad política, (hablábamos del secretario de hacienda), al desarrollo cultural, a una política cultural coherente?

PIT II: Afecta básicamente porque tenemos un gobierno de analfabetas funcionales que no tienen ninguna empatía con el mundo de la cultura y en esa medida al no tener empatía lo ven como un gasto superfluo e innecesario. No entienden ni entenderán jamás de qué se trata. Entonces tienes de entrada una tremenda cerrazón en el mundo del poder. Ve el conflicto que se está abriendo entre la Feria [del libro] de Guadalajara y el gobernador del estado, no entiende ese cuate, no le entra, dice ¿Qué es eso? Es que no se sienta aquí, no se para aquí, no tiene una conversación como la que estamos teniendo ahora, entonces no hay empatía con el mundo cultural. Por lo tanto esto le parece un pecado y no lo que es: una maravilla.

EC: Se dice que en nuestra época los jóvenes ya no se interesan por la literatura, se trata de adjudicar este fracaso a factores editoriales, comerciales, sociales, morales y hasta religiosos o educativos ¿tú quien crees que tiene la culpa?

PIT II: Yo diría que educativos; el gran bloqueo que se produce en el adolescente ante la lectura tiene un origen educativo lamentablemente. La educación es la que está bloqueando la lectura porque asocia en un determinado momento del crecimiento de un chavo, de una chava, leer con obligación, flojera, lectura fragmentaria, castigo, examen, leer cosas que no me interesan para tener calificación. Entonces el mundo de la lectura se vuelve un mundo de obligaciones, cargos, pesado, “leer que hueva”, “leer que pinche”, “leer lo que no quiero leer”, entonces toda esta estructura educativa está construyendo la “vacuna antilectura”. De tal manera que ese adolescente llega a la educación superior en un noventa por ciento diciendo “no me interesa leer”. Ha perdido lo que tenia o lo que tuvo cuando era niño: el placer de que te cuenten un cuento, el gusto. Los chavitos leen naturalmente de 6, 7, 8 años, se les corta cuando la escuela convierte la lectura en un castigo. Entonces todo el sistema educativo está conspirando contra la lectura porque es incapaz de desasociar la educación formal de la educación informal y darle su peso y su importancia a la educación informal. Y yo a veces me preocupo cuando dicen “No, es que ahora los programas educativos van a poner más énfasis en la educación informal” Pues la van a cagar, lo único que van a hacer es obligar a los chavos a leer Ben-Hurporque está a toda madre, ¡No! En el momento en que la palabra obligar aparezca en el escenario creaste el bloqueo.

EC: Tú tienes experiencia en educación superior, ¿como haces que haya un re-amor a la literatura en el momento en que llegan los chavos a educación superior?

PIT II: Por donde quiera que he pasado el mensaje es bien sencillo: Los clásicos no existen, son un invento, la obligación de leer no existe, la moda es una perversión, no leas lo que “está de moda” lee lo que te da tu rechingada gana, lee con libertad, lee siguiendo la pista que te da un colega, lee la novela que te gusta, que te vuela las neuronas, lee lo prohibido ¡chingado! Viola las reglas del pinche santoral y sobretodo abre la puerta, porque como no abras la pinche puerta te vas a descubrir a los treinta años con la puerta cerrada y te lo perdiste. Yo no conozco a ningún humano lector, lector fuerte, que diga: “me aburro” porque el lector fuerte sabe que siempre hay un libro interesante por ahí escondido que puedo estirar la mano y encontrarlo, entonces, ¿porque no tener este maravilloso contacto y encontrarlo a nivel de la inmensa mayoría? ¿Por qué negarle esta posibilidad por una distorsión de la estructura educativa?

EC: Hablando de jóvenes, de juventud, ¿cual es tu opinión hacia los jóvenes nuevos escritores? Particularmente de España, Estados Unidos y México.

PIT II: no tengo el catalogo, es decir no puedo decir estos son los nuevos escritores, sigo con interés autores que me interesan y algunos son jóvenes otros son niños, otros son niñas, otros son viejos y empezaron a escribir a los cincuenta, no tengo el catalogo. Ahora, si tengo algo, cuando descubro un autor que nadie lo pela, que su mamá no lo quiere, que su editor lo publica a desgana, y a mi me gusta mucho la novela, le echo ganas, y me dedico a abrirle puertas porque me parece que es un acto de generosidad obligatoria entre los colegas.

EC: Entonces ¿crees que las nuevas literaturas tienen una especie de esperanza?

PIT II: Cuando yo empecé a publicar las ediciones eran de cuatro mil ejemplares, si vendías mil doscientos ya se había pagado y el editor podía correr el riesgo contigo, hoy las ediciones son de dos mil o de tres mil ejemplares, si vendes doscientos es un fracaso absoluto. El joven escritor trabaja con un handicap mucho más cabrón del que yo trabajé en mi vida para sobrevivir en la selva de libros, porque aquí lo que ves es el bosque, no ves los árboles, ver el árbol… a ver dime ¿Cuáles son los nuevos escritores en este stand? Te reto a descubrirlo, ¡imposible! Necesitas pistas, ¿quien te las da? Lo único que existe pa’poyarte es el rumor y bueno yo trabajo en medio de un gremio de autores muy generoso que cuando descubre un autor joven de una buena novela luego luego te pasa el tip y nos movemos pa’echarle la mano. Pero es un fenómeno contracorriente, la corriente cierra las puertas, no las abre.

EC: ¿Qué literatura te nutre?

PIT II: Leo muchísima literatura de genero, leo ciencia ficción, leo novela policiaca, leo novela histórica, leo cómics como loco y luego leo mucha historia por razones de curiosidad, de interés, por razones de trabajo, y luego leo pues una novela sin genero y poesía. Y leo poesía de una manera muy errática, tengo el librero de poesía en el camino entre mi recamara y el baño, mi despacho y el baño, entonces cuando voy al baño leo poesía. Y aprendí algo que las mujeres que son mucho más inteligentes que los hombres ya sabían, que es: “Tienes más tiempo pa’leer si meas sentado” (risas).

EC: Ahora que mencionas que lees novela histórica, tú siendo tan anticlerical, a-religioso de alguna manera, ¿de dónde nace ese interés por el Cantar de los cantares?

PIT II: (risas) De repente hay una pista en tu vida, y leo en un ensayo de un escritor francés que el Cantar de los cantares no es de Salomón, que está es una de tantas mistificaciones que la Biblia produce, que es un canto pastoral previo, de la zona de Líbano pero que además a la hora de ser transcrito en la biblia fue transcrito mal. De tal manera que está primero la tercera parte y luego la primera y la segunda del Cantar de los cantares, entonces veo que Salomón no era así. Retorno al Cantar de los cantares, y lo leo y digo “tiene razón” este historiador, este “historiador literario”. Pero a partir de eso la curiosidad me carcome, y Salomón ¿Qué otro Salomón tengo en mi closet? Pues Salomón y la reina de Saba y Las minas del rey Salomón de H. Rider Haggard y entonces me digo: “a caray, ¿y eso?”, me pongo a estudiar las minas y no existen, no hay tales minas de oro en la época del rey Salomón en toda la Judea Palestina. No hay tal, hay unas pinches minas de estaño en la península del Sinaí que valen pa' pura madre y entonces digo “ah caramba este Salomón me empieza a interesar más todavía”, entonces doy el siguiente paso, que es ¿y el templo? el templo de Salomón, bueno y me encuentro en dos maravillosos libros, por cierto ¿Dónde los puse ahora que los lleve a mi casa en México?, que son historias de la Biblia leídas por los arqueólogos, en la que me dicen no, no hay templo de Salomón. Si en la época en que supuestamente se sitúa el rey Salomón Jerusalén era un pinche villorrio de mierda, no daba pa'templo, no hay palacios, y entonces digo “a carajo, este Salomón me interesa más todavía” (risas de fondo) pero además era polígamo y yo soy monógamo y ando en guerra contra los polígamos. Como habrás visto la curiosidad es una cadena, y sobretodo es una cadena contra la mentira oficial, venga de donde venga, venga de los libros de texto gratuitos, venga de la biblia, venga de los historiadores, venga de Hollywood, y mi guerra eterna es contra la mentira oficial.

EC: ¿Te consideras un buscador de la verdad?

PIT II: ¡Ah caray! nunca me habían preguntado eso, digamos que me considero un curioso de la verdad.

Rose Mary Salum: yo tengo una pregunta también, nada más con afán de seguir conversando, no lo consideres como parte de la entrevista.

PIT II: ¿Porque? Está muy divertida esta entrevista,

RMS: Me llamó mucho la atención sobre lo que dices del libro como no-mercancía, porque ayer fui a una de las presentaciones sobre agentes literarios. Uno de ellos estaba diciendo que ahora las casas editoriales están siendo tomadas por gente que no está dentro de la cultura pero si son expertos en negocios y la mercadotecnia . Se puede ver que empiezan a meter sus tentáculos para cambiar las casas editoriales de tal forma que esto se vuelve más un concurso de “a ver quien vende más”, y al editor lo acaban dejando de lado. Entonces ya no importa si escribes bien o mal sino qué quiere leer la gente porque tenemos que vender.

PIT II: Esa es la tentación y la tensión, pero déjame romper lanzas en el sentido contrario. Ayer me invitó a comer el gerente de Planeta, no el editor jefe, no los editores junior no, el gerente general. En la comida hablamos todo el rato de literatura, de los libros que había leído, los que estaba leyendo, los que yo no había leído y el si y me interesaban. La tentación del mal viene por una industria editorial en la que no hay lectores, les importa un bledo lo que publican, todo es mercadotecnia, pero esa tentación no está dominando el panorama, por lo menos en México, te digo lo que viví ayer. Y nos reíamos mucho comentando la historia de un editor conocido por ambos que decidió que mi libro iba a ser un bestseller pero nunca lo leyó. Nos reíamos del el, no le dedicamos ningún aprecio, le dedicamos un montón de risas, era como el absurdo.

EC: Es tratar al libro como un articulo de consumo, como una cosa que es de usar, platicaba ahorita con una chica de aquí de uno de los stands que hacen libros de manera artesanal y me dice “es que (sic) llega gente aquí y en lugar de decir: mira es un libro acerca de Poe, acerca de Wilde y está hecho de manera artesanal, dicen: se verían padres en la mesa de la sala ¿no?” (risas) ya es una cuestión de decoración.

PIT II: Mira en una sociedad donde el peso del mercado es tan brutal, donde la tentación de la superficie contra la profundidad es tan enorme, estos fenómenos se producen, pero no creo que estén siendo en México y en estos momentos ni mayoritarios ni dominantes. Hoy un autor puede esperar de su editorial que lean su manuscrito, y que si, lo valoren en términos de posibilidades comerciales porque ni modo, una editorial no se puede dar el lujo de publicar un fracaso porque como publiques diez fracasos se acabó el proyecto editorial, y si, tienen que medir esto, pero hoy te leerán tu libro.

RMS : Bueno entonces no te resulta amenazante la industria del e-book famoso porque digo, hace unos años que venia yo a esta feria no veía estos stands, y ahora los veo por todos lados. En Estados Unidos te quieres morir de cómo está la situación.

PIT II: Que no te angustie, el libro electrónico es un cambio de formato, no cambia la esencia del libro, solo cambia el formato, ¿Qué importa? Libro electrónico, audiolibro, libro en papel de biblia pa’que (sic) quepan más paginas, libro gordo, libro chiquito ¡que importa! Libro es libro.

RMS: Pero me angustia por los escritores porque no necesariamente pueden…, bueno estábamos viendo otra conferencia donde precisamente se decía como esto del e-book facilita que se salga digamos de la editorial el libro porque ya se copia etcétera, bueno eso por un lado, por otro lado me angustia porque las editoriales tradicionales como esta que dice Emmanuel con el amor al arte-objeto, “vamos a fabricar un libro que va a ser bello” esto va a desaparecer…
PIT II: Pues el amor es el mismo, “vamos a fabricar un libro electrónico” no tiene que haber menos amor en la producción de un libro electrónico que en la de un libro-objeto-papel.

RMS: Bueno pero los chicos que están haciendo eso [libro arte-objeto] ya se fregaron.

PIT II: Bueno pero está lleno de puristas esta sociedad, los mercantilistas atacan con tanques y cañones y los puristas se defienden con popotes, ¡por favor!

RMS: Bueno pero en serio ¿que va a pasar con todas estas personas que hacen libros artesanales?

PIT II: Pues que los sigan haciendo, siempre habrá una persona interesada en tener un bello libro artesanal en la mano, no es mi caso, yo soy un lector que no tiene ni un milímetro de bibliófilo, mi biblioteca está llena de novelas leídas con manchas de chorizo y de crema de chocolate. Me enorgullecen, no me parecen mal, las leí mientras me tomaba una crema de chocolate o comía una torta de chorizo. Cuando me regalan un libro del siglo XVIII busco a alguien a quien regalárselo y que me lo cambie por una versión actual con letra más grande, me vale, pero bueno yo no soy bibliófilo, si otros son fanáticos bibliófilos pues adelante, que lo gocen. Total no pasa nada.

EC: Lo importante del libro es el contenido.

PIT II: Evidentemente, la batalla es por preservar el libro como circulador de fantasía, imaginación, ideas, pensamiento utópico, pensamiento critico, esa es la gran batalla, que no nos cierren, que no venga un tarado ministro de hacienda a decir “el libro es un producto como los zapatos” ese es el peligro, ese es el gran enemigo, el libro no es un enemigo, es un aliado, el libro digital, el audiolibro, son compañeros de este viaje.
EC: Es lo que hacia Ray Bradbury en Fahrenheit 401 cuando al final todo mundo se sabe de memoria los libros.

PIT II: Evidentemente, hay que dar cursos de memoria pa’que (sic) te aprendas una novela y se la cuentes a un cuate, porque tarde o temprano terminaremos en la cárcel o en una isla desierta.

EC: Paco, ¿Cuál es tu carrera, tu licenciatura?

PIT II: Soy un prófugo de tres escuelas superiores (risas)

EC: Definitivamente.

PIT II: Si, porque decidí que interferían mi educación, entonces estudié lo que me interesaba en cada una de ellas y me iba. Estudié sociología dos años y medio, estudié letras españolas dos años de materias sueltas de la carrera y un año de materias de la maestría y me perseguían por que me decían “oiga usted no aparece en las listas, no está inscrito, algún problema burocrático, ya llegaran” les decía yo. Lo que me interesaba era tomar con Rosario Castellanos literatura comparada, o tomar con Luis Ríos siglo de oro. Me valía madre si créditos, te dan crédito. Luego estudie tres años y medio de historia, luego perdieron mi expediente y dije “bueno pa’lo que lo quiero (sic)” Llegó un momento muy ridículo en el cual, yo iba a tomar una materia y el libro de texto yo lo había escrito, entonces el maestro me corrió: “¿a donde vas? Vete de aquí si es tu libro” decía “pero si yo vengo a aportar en vivo...” “¡sácate!” (risas). Entonces me fugué de tres escuelas superiores.

EC: Te voy a decir por qué, porque yo conocí tu libro, conocí a Belascoarán cuando yo estaba en el CUCEI [Facultad de Ingenierías], entonces, a mi me presenta un ingeniero a Belascoarán Shayne prófugo de su trabajo como ingeniero, y para mi fue un parteaguas por que hace que me fugue de mi trabajo como ingeniero en computación y me vaya a estudiar letras.

PIT II: (risas) ¡Lo logré! (risas)

jueves, 9 de diciembre de 2010

Elogio de la lectura y la ficción. Discurso de Mario Vargas Llosa al recibir el Premio Nobel de Literatura 2010




"La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julien Sorel sube al patíbulo, y cuando, en “El Sur”, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.

Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos —aunque nunca llegaremos a alcanzarla— a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.

En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy —que trato de ser— fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-François Rével, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china.

De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del General de Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.

De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía Hay, hermanos, muchísimo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudo democracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo, América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.

Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país —lo que tampoco tendría mucha importancia—, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.

Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de África del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si —el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan— el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de Estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.

Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “todas las sangres”. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y a lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!

La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.

Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso —triste consuelo— descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.

De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal.

Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de cómo, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.

Detesto toda forma de nacionalismo, ideología —o, más bien, religión— provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.

No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.

El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban “el pie ajeno” —lindo y triste apelativo—, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño —la llamábamos el Barrio Alegre—, donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad.

El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.

Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfesable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.

Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. “Escribir es una manera de vivir”, dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.

Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos años de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un escenario cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, con Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta años, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó).

La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.

Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas —rayos, truenos, gruñidos de las fieras—, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.

Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.

De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible."

Estocolmo, 10 de diciembre de 2010.

domingo, 21 de noviembre de 2010

XIPE TÓTEC de Thomas Glassford




Para conmemorar el Centenario de la Universidad Nacional, Thomas Glassford ha realizado una instalación in situ que utiliza como soporte la torre del Centro Cultural Universitario Tlatelolco –un hito modernista diseñado por Pedro Ramírez Vásquez para albergar a la Secretaría de Relaciones Exteriores– a un costado de la histórica Plaza de las Tres Culturas, donde tuvo lugar la matanza de manifestantes pacíficos unas semanas antes de iniciarse las Olimpiadas de México en 1968.

Una red intrigante, relativamente invisible durante el día, se enciende como llamas por la noche transformándose en un patrón lumínico tan complejo como la misma historia del sitio. La intervención arquitectónica de Glassford, técnica y visualmente intrincada, cubre las cuatro fachadas del edificio con un velo de diodos emisores de luz rojos y azules. La geometría de la retícula parte de la fascinación del artista por las presunciones culturales acerca de nuevos descubrimientos: formaciones de cuasi-cristales y mosaicos a-periódicos, configuraciones que por definición carecen de simetría traslacional. “Descubiertas” recientemente por científicos occidentales – inicialmente como un enigma matemático– las formaciones de cuasi-cristales se han encontrado en la naturaleza como estructuras subatómicas cristalinas. Después de este hallazgo, un estudiante de física haciendo su doctorado en Harvard fue capaz de reconocer dicho patrón en la arquitectura persa del siglo XV mientras realizaba un viaje en el Irán actual. Su presencia en la arquitectura medieval no sólo dejó perpleja a la comunidad científica, sino que se consideró imposible. La celebración del triunfo de los logros de una cultura sobre la otra es interminable y puede ser entendida como una poética paralela al sitio de la instalación de Glassford, misma que se sitúa en un paisaje urbano cíclicamente definido y profanado por las presunciones de civilizaciones sucesivas. En Tlatelolco convergen los restos de uno de los más importantes conjuntos arqueológicos del Valle de México –el antiguo centro administrativo de más de veinte barrios– y la iglesia virreinal de Santiago Apóstol construida a partir de los escombros de templos aztecas saqueados. También es ahí dónde se encuentra el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco –primer crucero cultural del Nuevo Mundo.

Acertadamente, con el título de la obra, Glassford decide venerar al dios azteca o mexica, Xipe Tótec. También llamado “Nuestro Señor el Desollado” o el “Bebedor Nocturno”. Xipe Tótec se excorió para alimentar a la humanidad, un acto que refleja el desprendimiento de la capa externa de la semilla del maíz antes de su germinación, un acto de rejuvenecimiento. En el mundo azteca, los sacerdotes se ataviaban de las pieles de los guerreros derrotados como un símbolo de renacimiento, de salud y de vida. De la misma forma, Tlatelolco se viste con una nueva piel cuyo sistema capilar resplandece para conmemorar una nueva vida como centro cultural, un faro visible desde cualquier punto estratégico del Valle de México.

Puedes obtener más información sobre el artista en Sicardi Gallery

Thomas Glassford Commissoned to Commemorate the Centennial of the National University of Mexico



To commemorate the centennial of the National University of Mexico (today known as the UNAM), Thomas Glassford has created a site-specific installation that covers the main tower of the new University Cultural Center in Tlatelolco. This—a modernist landmark was designed in 1963 by Pedro Ramírez Vásquez to house Mexico's Ministry of Foreign Affairs. A relatively invisible but intriguing web by day, the work is set aflame by night in a luminous pattern as complex as the history of the site itself.

Glassford’s monumental work is a relatively invisible but intriguing web by day, which is set aflame at night in a luminous pattern as complex as the history of the site itself. The technically and visually intricate architectural intervention covers all fourth marble façades of the building in a red and blue veil of neon-like LEDs. The geometry of the network is based on about new findings: quasi-crystals and a periodic tiling, configurations that by definition lack translational symmetry. Beyond the intricate geometries, however, Glassford was fascinated by the cultural presumptions that shaped recent studies of these forms. In the 1970s, Western scientists, including Roger Penrose, “discovered” these forms—initially as an abstract mathematical conundrum, but then —quasi-crystal formations were found to exist in nature as the crystalline substructures of atoms. However, the story is more complicated: in 2007, a Harvard doctoral student specialized in this field of physics was able to recognized the same patterns in fifteenth-century Persian architecture while traveling in through modern current day Iran in—of all things—fifteenth century Persian architecture. This medieval appearance in “medieval” architecture use of such complex forms, long unknown in the West, not only baffled the scientific community. Cultural biases prevented them from admitting that the Persians had figured it all out half a millennium before.

The never-ending celebration of one culture’s accomplishments over another’s serves as a poetic parallel to the site of Glassford’s installation, situated in an urban landscape that has been defined and defiled by the presumptions of successive civilizations, all of which have converged at Tlatelolco. An important city and market center during the Aztec period, Tlatelolco remains of one of the most important pyramids archeological sites in the Valley of Mexico. Adjacent to the restored pyramids, the church and monastery of Santiago Apóstol, built in the 1530s from the wreckage of razed temples, was also the site of the College of Santa Cruz de Tlatelolco, a center of learning where Franciscan monks imposed Western Christian doctrine on their elite indigenous students, a process that would continue in the following centuries throughout the “New World”. After the construction of the Ministry of Foreign Affairs in the early 1960s, and the erection of a nationalist historical Plaza de las Tres Culturas nearby, the word “Tlatelolco” took on a new and more violent connotation after the historical student massacre took place— weeks before Mexico hosted the 1968 Summer Olympics–when the students were being congregated to start a pacific demonstration against the government. All these events occurred in the shadow of the Ministry’s tower.

Appropriately, the Aztec deity Xipe Totec is alluded to through Glassford’s title. Also known as “Our Lord the Flayed One” or “Drinker of the Night,” Xipe Totec skinned himself in order to feed humanity, an act akin to maize shedding its outer layer in order to germinate—an act of rejuvenation. In the Aztec world, priests wore the complete skins of flayed warriors as symbols of regrowth, fertility and life. Likewise, Tlatelolco has been sheathed in a new skin: its capillaries glow to commemorate a new life as a cultural center—a beacon visible from any vantage point of the Valley of Mexico.

To know more about the artist visit Sicardi Gallery