lunes, 13 de diciembre de 2010

Literal conversa con el escritor e historiador Paco Ignacio Taibo II



Por Emmanuel Caballero

Dentro del marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2010, Literal conversó con el escritor e historiador Paco Ignacio Taibo II en una entrevista profunda, caótica, polifacética y sobretodo tan divertida como el autor; salpicada de humo y refresco de cola.

Emmanuel Caballero: Paco, he leído recientemente El Retorno de los Tigres de la Malasia y la verdad lo he disfrutado ampliamente.

Paco Ignacio Taibo II: ¿Lo gozaste?

EC: Lo gocé muchísimo, ¿Que significa para ti hablar de uno de tus héroes de la infancia?

PIT II: Lo gocé muchísimo, lo disfruté. Era convocar la sensación de que leer era ese momento apasionante de ¿y ahora qué va a pasar? Esa sensación de leer cuando eres niño y adolescente que yo creo que se está perdiendo. Ahora se lee de una manera más tiesa, rígida, obligatoria, y bueno, me atraía mucho esa manera de escribir para recuperar esa manera de leer.

EC: Además presentas un Sandokán un tanto diferente, tú dices que es un pastiche pero es un Sandokán diferente.

PIT II: Alguien me dijo, “el Sandokán de Salgari” y yo dije “no, el mío”, pasó por mis manos y ya no será el mismo nunca más. Tenías que modernizar la novela del XIX. La novela del XIX está llena de resabios, diálogos innecesarios para que haya más páginas, personajes sin trazo psicológico, se escinde entre la novela psicológica y la novela de aventuras y no se atreve a malas palabras. Asaltan un barco pirata y dicen “¡caspita!” no friegues, Yáñez tiene que decir ¡coño! O el sexo, el puritanismo de la novela del XIX no lo puedes asumir ahora, o la profundidad de los personajes, de donde vienen, en que sueñan, toda una vida de violencia lo tiene que haber marcado.

EC: Tanto Sandokán como los 3 mosqueteros, son banderas muy tuyas, antimperialismo y anticlericalismo, ir en contra de esas estructuras de poder, contra los ordenes sociales, ¿Cuál es entonces tu propuesta ideológica? ¿Cómo debería funcionar la sociedad para ti?

PIT II: Cambiemos el mundo en chinga, o el mundo que tenemos nos va a destruir. No me gusta el modelo, la estructura, el proyecto de sociedad basada en el egoísmo, el desprecio, el codazo, el ascenso en la pirámide, la corrupción, el despojo, la mentira, la violencia hacia los más desprotegidos, no me gusta el modelo de sociedad que tenemos y en el que vivimos, entonces cambiémoslo rápido. La literatura es un arma de construcción de ideas, si con tus ideas puedes aportar a cambiar el mundo pues adelante.

EC: Hablando precisamente de esos movimientos sociales, ya antes le habías dado voz a Sandokán en Héroes Convocados, recuerdo muy bien ese libro. Vemos al 68 muy presente en tu obra, es algo que te marca, ¿es un fantasma que hay que exorcizar o es un motor creativo?

PIT II: Está bien planteado, apuesto por los dos, porque es evidentemente un fantasma que hay que exorcizar, porque ahí tienes la cicatriz y todavía no se cierra la herida, pero también es gasolina vital, que el espíritu y el estilo del 68 no nos abandone y nos proteja, nos acompañe hasta los noventa años.

EC: Un escritor tan prolijo como tú, que de pronto al año escribe muchísimo, que publica tantos libros, ¿corre el riesgo de repetirse?

PIT II: No, tiene el riesgo de que se le olviden sus primeras novelas, de que la memoria no te de para recordar todo lo que has escrito. Y no me pasa tanto en la literatura aunque de repente me leo a mi mismo y me la paso muy bien, digo “que bien escribe este cuate, que imaginativo” porque ya tengo la distancia respecto a mis primeros libros. Pero me pasa en la historia, de repente estoy discutiendo un tema del que ya escribí y digo “espérame déjame ir por la Biblia” y vas a buscar tu propio libro para recordar, porque la memoria no te da. He cambiado del Che a Pancho Villa pasando por Mariano Escobedo, de Pancho Villa a Tony Guiteras, de Tony Guiteras a ahora, a la batalla del Álamo, que es lo que estoy escribiendo. Si ustedes están en Houston se pondrán contentos, porque mi próximo libro es La Verdadera Historia de la Batalla del Álamo un libro no apto para Hollywood, y es la desmontada de cómo Hollywood inventó la batalla del Álamo y que fue lo que realmente pasó ahí.

EC: Entonces ese es uno de tus proyectos…

PIT II: En eso estoy, con un poco de suerte en tres o cuatro meses estará listo, ya la investigación la terminé, varios años llevaba trabajándola, ya está y ya estoy redactándola.

EC: Hace poco en Guadalajara referías como alguien te dijo que un libro es un artículo de consumo, un par de zapatos.

PIT II: “Alguien” era el ministro de Hacienda de este país, mi respuesta al ministro de hacienda fue “¿Qué zapatos ha leído últimamente?”, se puso muy nervioso. (risas).

EC: ¿Por qué para ti el libro no es solo un articulo de consumo, o no es un articulo de consumo?

PIT II: No lo es, para nada, el libro es un producto cultural, y si olvidamos eso, olvidamos todo y lo convertimos en mercancía, y le damos valor de mercancía, que la tiene porque circula en el mundo de las mercancías, pero está más allá de las mercancías. El libro es un transmisor de ideas, un creador de pensamiento informal, un constructor de pensamiento utópico, un transformador de aquel que lee, no somos iguales después de haber leído un libro. Cada libro que leemos nos modifica, para bien y para mal, nos transforma. Incorpora a nuestra experiencia vital nuevas informaciones sentimentales o informaciones en el sentido más amplio de la palabra. Leer es uno de los actos más importantes que ha creado el ser humano en su historia, porque le permitió ser otros ¿Qué más subversivo hay en el planeta que un adolescente de barrio bajo de Guadalajara que de repente abre una novela cuyo personaje central es una prostituta turca del siglo XVI? Mientras lees eres ella, la esencia del pensamiento subversivo es aprender a ser otros, porque si aprendes a ser otros piensas también en función a otros. Si creas empatía con la señora de la esquina que está vendiendo tortillas y deja de ser una sombra que pasa frente a ti y se vuelve un ser humano, si la literatura te ayuda a crear este fenómeno, carajo estas desarrollando la más importante de las actividades humanas, que es el pensamiento solidario.

EC: ¿Es por eso que tus personajes son de algún modo tan sociales, tan citadinos, tan, no comunes pero si de algún modo “regulares”?

PIT II: (Risas) Comunes no son, son personajes que en cierta medida retratan de una manera… aunque bueno, siempre que estás escribiendo tienes tentaciones ideológicas. Esras tentaciones las subordinas a la autonomía de la novela, la novela tiene autonomía, tiene sus reglas propias y tienes que preservarlas y protegerlas de que no se te vuelva un discurso político, un panfleto que mata a la novela.

EC: ¿Cómo afecta esta mentalidad política, (hablábamos del secretario de hacienda), al desarrollo cultural, a una política cultural coherente?

PIT II: Afecta básicamente porque tenemos un gobierno de analfabetas funcionales que no tienen ninguna empatía con el mundo de la cultura y en esa medida al no tener empatía lo ven como un gasto superfluo e innecesario. No entienden ni entenderán jamás de qué se trata. Entonces tienes de entrada una tremenda cerrazón en el mundo del poder. Ve el conflicto que se está abriendo entre la Feria [del libro] de Guadalajara y el gobernador del estado, no entiende ese cuate, no le entra, dice ¿Qué es eso? Es que no se sienta aquí, no se para aquí, no tiene una conversación como la que estamos teniendo ahora, entonces no hay empatía con el mundo cultural. Por lo tanto esto le parece un pecado y no lo que es: una maravilla.

EC: Se dice que en nuestra época los jóvenes ya no se interesan por la literatura, se trata de adjudicar este fracaso a factores editoriales, comerciales, sociales, morales y hasta religiosos o educativos ¿tú quien crees que tiene la culpa?

PIT II: Yo diría que educativos; el gran bloqueo que se produce en el adolescente ante la lectura tiene un origen educativo lamentablemente. La educación es la que está bloqueando la lectura porque asocia en un determinado momento del crecimiento de un chavo, de una chava, leer con obligación, flojera, lectura fragmentaria, castigo, examen, leer cosas que no me interesan para tener calificación. Entonces el mundo de la lectura se vuelve un mundo de obligaciones, cargos, pesado, “leer que hueva”, “leer que pinche”, “leer lo que no quiero leer”, entonces toda esta estructura educativa está construyendo la “vacuna antilectura”. De tal manera que ese adolescente llega a la educación superior en un noventa por ciento diciendo “no me interesa leer”. Ha perdido lo que tenia o lo que tuvo cuando era niño: el placer de que te cuenten un cuento, el gusto. Los chavitos leen naturalmente de 6, 7, 8 años, se les corta cuando la escuela convierte la lectura en un castigo. Entonces todo el sistema educativo está conspirando contra la lectura porque es incapaz de desasociar la educación formal de la educación informal y darle su peso y su importancia a la educación informal. Y yo a veces me preocupo cuando dicen “No, es que ahora los programas educativos van a poner más énfasis en la educación informal” Pues la van a cagar, lo único que van a hacer es obligar a los chavos a leer Ben-Hurporque está a toda madre, ¡No! En el momento en que la palabra obligar aparezca en el escenario creaste el bloqueo.

EC: Tú tienes experiencia en educación superior, ¿como haces que haya un re-amor a la literatura en el momento en que llegan los chavos a educación superior?

PIT II: Por donde quiera que he pasado el mensaje es bien sencillo: Los clásicos no existen, son un invento, la obligación de leer no existe, la moda es una perversión, no leas lo que “está de moda” lee lo que te da tu rechingada gana, lee con libertad, lee siguiendo la pista que te da un colega, lee la novela que te gusta, que te vuela las neuronas, lee lo prohibido ¡chingado! Viola las reglas del pinche santoral y sobretodo abre la puerta, porque como no abras la pinche puerta te vas a descubrir a los treinta años con la puerta cerrada y te lo perdiste. Yo no conozco a ningún humano lector, lector fuerte, que diga: “me aburro” porque el lector fuerte sabe que siempre hay un libro interesante por ahí escondido que puedo estirar la mano y encontrarlo, entonces, ¿porque no tener este maravilloso contacto y encontrarlo a nivel de la inmensa mayoría? ¿Por qué negarle esta posibilidad por una distorsión de la estructura educativa?

EC: Hablando de jóvenes, de juventud, ¿cual es tu opinión hacia los jóvenes nuevos escritores? Particularmente de España, Estados Unidos y México.

PIT II: no tengo el catalogo, es decir no puedo decir estos son los nuevos escritores, sigo con interés autores que me interesan y algunos son jóvenes otros son niños, otros son niñas, otros son viejos y empezaron a escribir a los cincuenta, no tengo el catalogo. Ahora, si tengo algo, cuando descubro un autor que nadie lo pela, que su mamá no lo quiere, que su editor lo publica a desgana, y a mi me gusta mucho la novela, le echo ganas, y me dedico a abrirle puertas porque me parece que es un acto de generosidad obligatoria entre los colegas.

EC: Entonces ¿crees que las nuevas literaturas tienen una especie de esperanza?

PIT II: Cuando yo empecé a publicar las ediciones eran de cuatro mil ejemplares, si vendías mil doscientos ya se había pagado y el editor podía correr el riesgo contigo, hoy las ediciones son de dos mil o de tres mil ejemplares, si vendes doscientos es un fracaso absoluto. El joven escritor trabaja con un handicap mucho más cabrón del que yo trabajé en mi vida para sobrevivir en la selva de libros, porque aquí lo que ves es el bosque, no ves los árboles, ver el árbol… a ver dime ¿Cuáles son los nuevos escritores en este stand? Te reto a descubrirlo, ¡imposible! Necesitas pistas, ¿quien te las da? Lo único que existe pa’poyarte es el rumor y bueno yo trabajo en medio de un gremio de autores muy generoso que cuando descubre un autor joven de una buena novela luego luego te pasa el tip y nos movemos pa’echarle la mano. Pero es un fenómeno contracorriente, la corriente cierra las puertas, no las abre.

EC: ¿Qué literatura te nutre?

PIT II: Leo muchísima literatura de genero, leo ciencia ficción, leo novela policiaca, leo novela histórica, leo cómics como loco y luego leo mucha historia por razones de curiosidad, de interés, por razones de trabajo, y luego leo pues una novela sin genero y poesía. Y leo poesía de una manera muy errática, tengo el librero de poesía en el camino entre mi recamara y el baño, mi despacho y el baño, entonces cuando voy al baño leo poesía. Y aprendí algo que las mujeres que son mucho más inteligentes que los hombres ya sabían, que es: “Tienes más tiempo pa’leer si meas sentado” (risas).

EC: Ahora que mencionas que lees novela histórica, tú siendo tan anticlerical, a-religioso de alguna manera, ¿de dónde nace ese interés por el Cantar de los cantares?

PIT II: (risas) De repente hay una pista en tu vida, y leo en un ensayo de un escritor francés que el Cantar de los cantares no es de Salomón, que está es una de tantas mistificaciones que la Biblia produce, que es un canto pastoral previo, de la zona de Líbano pero que además a la hora de ser transcrito en la biblia fue transcrito mal. De tal manera que está primero la tercera parte y luego la primera y la segunda del Cantar de los cantares, entonces veo que Salomón no era así. Retorno al Cantar de los cantares, y lo leo y digo “tiene razón” este historiador, este “historiador literario”. Pero a partir de eso la curiosidad me carcome, y Salomón ¿Qué otro Salomón tengo en mi closet? Pues Salomón y la reina de Saba y Las minas del rey Salomón de H. Rider Haggard y entonces me digo: “a caray, ¿y eso?”, me pongo a estudiar las minas y no existen, no hay tales minas de oro en la época del rey Salomón en toda la Judea Palestina. No hay tal, hay unas pinches minas de estaño en la península del Sinaí que valen pa' pura madre y entonces digo “ah caramba este Salomón me empieza a interesar más todavía”, entonces doy el siguiente paso, que es ¿y el templo? el templo de Salomón, bueno y me encuentro en dos maravillosos libros, por cierto ¿Dónde los puse ahora que los lleve a mi casa en México?, que son historias de la Biblia leídas por los arqueólogos, en la que me dicen no, no hay templo de Salomón. Si en la época en que supuestamente se sitúa el rey Salomón Jerusalén era un pinche villorrio de mierda, no daba pa'templo, no hay palacios, y entonces digo “a carajo, este Salomón me interesa más todavía” (risas de fondo) pero además era polígamo y yo soy monógamo y ando en guerra contra los polígamos. Como habrás visto la curiosidad es una cadena, y sobretodo es una cadena contra la mentira oficial, venga de donde venga, venga de los libros de texto gratuitos, venga de la biblia, venga de los historiadores, venga de Hollywood, y mi guerra eterna es contra la mentira oficial.

EC: ¿Te consideras un buscador de la verdad?

PIT II: ¡Ah caray! nunca me habían preguntado eso, digamos que me considero un curioso de la verdad.

Rose Mary Salum: yo tengo una pregunta también, nada más con afán de seguir conversando, no lo consideres como parte de la entrevista.

PIT II: ¿Porque? Está muy divertida esta entrevista,

RMS: Me llamó mucho la atención sobre lo que dices del libro como no-mercancía, porque ayer fui a una de las presentaciones sobre agentes literarios. Uno de ellos estaba diciendo que ahora las casas editoriales están siendo tomadas por gente que no está dentro de la cultura pero si son expertos en negocios y la mercadotecnia . Se puede ver que empiezan a meter sus tentáculos para cambiar las casas editoriales de tal forma que esto se vuelve más un concurso de “a ver quien vende más”, y al editor lo acaban dejando de lado. Entonces ya no importa si escribes bien o mal sino qué quiere leer la gente porque tenemos que vender.

PIT II: Esa es la tentación y la tensión, pero déjame romper lanzas en el sentido contrario. Ayer me invitó a comer el gerente de Planeta, no el editor jefe, no los editores junior no, el gerente general. En la comida hablamos todo el rato de literatura, de los libros que había leído, los que estaba leyendo, los que yo no había leído y el si y me interesaban. La tentación del mal viene por una industria editorial en la que no hay lectores, les importa un bledo lo que publican, todo es mercadotecnia, pero esa tentación no está dominando el panorama, por lo menos en México, te digo lo que viví ayer. Y nos reíamos mucho comentando la historia de un editor conocido por ambos que decidió que mi libro iba a ser un bestseller pero nunca lo leyó. Nos reíamos del el, no le dedicamos ningún aprecio, le dedicamos un montón de risas, era como el absurdo.

EC: Es tratar al libro como un articulo de consumo, como una cosa que es de usar, platicaba ahorita con una chica de aquí de uno de los stands que hacen libros de manera artesanal y me dice “es que (sic) llega gente aquí y en lugar de decir: mira es un libro acerca de Poe, acerca de Wilde y está hecho de manera artesanal, dicen: se verían padres en la mesa de la sala ¿no?” (risas) ya es una cuestión de decoración.

PIT II: Mira en una sociedad donde el peso del mercado es tan brutal, donde la tentación de la superficie contra la profundidad es tan enorme, estos fenómenos se producen, pero no creo que estén siendo en México y en estos momentos ni mayoritarios ni dominantes. Hoy un autor puede esperar de su editorial que lean su manuscrito, y que si, lo valoren en términos de posibilidades comerciales porque ni modo, una editorial no se puede dar el lujo de publicar un fracaso porque como publiques diez fracasos se acabó el proyecto editorial, y si, tienen que medir esto, pero hoy te leerán tu libro.

RMS : Bueno entonces no te resulta amenazante la industria del e-book famoso porque digo, hace unos años que venia yo a esta feria no veía estos stands, y ahora los veo por todos lados. En Estados Unidos te quieres morir de cómo está la situación.

PIT II: Que no te angustie, el libro electrónico es un cambio de formato, no cambia la esencia del libro, solo cambia el formato, ¿Qué importa? Libro electrónico, audiolibro, libro en papel de biblia pa’que (sic) quepan más paginas, libro gordo, libro chiquito ¡que importa! Libro es libro.

RMS: Pero me angustia por los escritores porque no necesariamente pueden…, bueno estábamos viendo otra conferencia donde precisamente se decía como esto del e-book facilita que se salga digamos de la editorial el libro porque ya se copia etcétera, bueno eso por un lado, por otro lado me angustia porque las editoriales tradicionales como esta que dice Emmanuel con el amor al arte-objeto, “vamos a fabricar un libro que va a ser bello” esto va a desaparecer…
PIT II: Pues el amor es el mismo, “vamos a fabricar un libro electrónico” no tiene que haber menos amor en la producción de un libro electrónico que en la de un libro-objeto-papel.

RMS: Bueno pero los chicos que están haciendo eso [libro arte-objeto] ya se fregaron.

PIT II: Bueno pero está lleno de puristas esta sociedad, los mercantilistas atacan con tanques y cañones y los puristas se defienden con popotes, ¡por favor!

RMS: Bueno pero en serio ¿que va a pasar con todas estas personas que hacen libros artesanales?

PIT II: Pues que los sigan haciendo, siempre habrá una persona interesada en tener un bello libro artesanal en la mano, no es mi caso, yo soy un lector que no tiene ni un milímetro de bibliófilo, mi biblioteca está llena de novelas leídas con manchas de chorizo y de crema de chocolate. Me enorgullecen, no me parecen mal, las leí mientras me tomaba una crema de chocolate o comía una torta de chorizo. Cuando me regalan un libro del siglo XVIII busco a alguien a quien regalárselo y que me lo cambie por una versión actual con letra más grande, me vale, pero bueno yo no soy bibliófilo, si otros son fanáticos bibliófilos pues adelante, que lo gocen. Total no pasa nada.

EC: Lo importante del libro es el contenido.

PIT II: Evidentemente, la batalla es por preservar el libro como circulador de fantasía, imaginación, ideas, pensamiento utópico, pensamiento critico, esa es la gran batalla, que no nos cierren, que no venga un tarado ministro de hacienda a decir “el libro es un producto como los zapatos” ese es el peligro, ese es el gran enemigo, el libro no es un enemigo, es un aliado, el libro digital, el audiolibro, son compañeros de este viaje.
EC: Es lo que hacia Ray Bradbury en Fahrenheit 401 cuando al final todo mundo se sabe de memoria los libros.

PIT II: Evidentemente, hay que dar cursos de memoria pa’que (sic) te aprendas una novela y se la cuentes a un cuate, porque tarde o temprano terminaremos en la cárcel o en una isla desierta.

EC: Paco, ¿Cuál es tu carrera, tu licenciatura?

PIT II: Soy un prófugo de tres escuelas superiores (risas)

EC: Definitivamente.

PIT II: Si, porque decidí que interferían mi educación, entonces estudié lo que me interesaba en cada una de ellas y me iba. Estudié sociología dos años y medio, estudié letras españolas dos años de materias sueltas de la carrera y un año de materias de la maestría y me perseguían por que me decían “oiga usted no aparece en las listas, no está inscrito, algún problema burocrático, ya llegaran” les decía yo. Lo que me interesaba era tomar con Rosario Castellanos literatura comparada, o tomar con Luis Ríos siglo de oro. Me valía madre si créditos, te dan crédito. Luego estudie tres años y medio de historia, luego perdieron mi expediente y dije “bueno pa’lo que lo quiero (sic)” Llegó un momento muy ridículo en el cual, yo iba a tomar una materia y el libro de texto yo lo había escrito, entonces el maestro me corrió: “¿a donde vas? Vete de aquí si es tu libro” decía “pero si yo vengo a aportar en vivo...” “¡sácate!” (risas). Entonces me fugué de tres escuelas superiores.

EC: Te voy a decir por qué, porque yo conocí tu libro, conocí a Belascoarán cuando yo estaba en el CUCEI [Facultad de Ingenierías], entonces, a mi me presenta un ingeniero a Belascoarán Shayne prófugo de su trabajo como ingeniero, y para mi fue un parteaguas por que hace que me fugue de mi trabajo como ingeniero en computación y me vaya a estudiar letras.

PIT II: (risas) ¡Lo logré! (risas)

jueves, 9 de diciembre de 2010

Elogio de la lectura y la ficción. Discurso de Mario Vargas Llosa al recibir el Premio Nobel de Literatura 2010




"La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julien Sorel sube al patíbulo, y cuando, en “El Sur”, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.

Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos —aunque nunca llegaremos a alcanzarla— a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.

En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy —que trato de ser— fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-François Rével, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china.

De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del General de Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.

De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía Hay, hermanos, muchísimo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudo democracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo, América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.

Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país —lo que tampoco tendría mucha importancia—, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.

Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de África del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si —el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan— el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de Estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.

Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “todas las sangres”. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y a lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!

La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.

Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso —triste consuelo— descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.

De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal.

Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de cómo, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.

Detesto toda forma de nacionalismo, ideología —o, más bien, religión— provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.

No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.

El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban “el pie ajeno” —lindo y triste apelativo—, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño —la llamábamos el Barrio Alegre—, donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad.

El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.

Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfesable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.

Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. “Escribir es una manera de vivir”, dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.

Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos años de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un escenario cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, con Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta años, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó).

La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.

Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas —rayos, truenos, gruñidos de las fieras—, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.

Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.

De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible."

Estocolmo, 10 de diciembre de 2010.