lunes, 28 de febrero de 2011

Ricardo Piglia: El complot como imagen literaria contemporánea del sujeto acongojado por la política de Latinoamérica

Por Michelle Roche Rodríguez

El sujeto de las sociedades contemporáneas, aquejado por la tragedia individual que resulta de los fracasos políticos, percibe su suerte como enfrentada a una telaraña invisible de intrigas. Es sobre esta metáfora del complot que Ricardo Piglia constituye su más reciente libro, Blanco nocturno (Anagrama, 2010), en el cual propone una evolución desde la narrativa policial hacia la épica y propone una nueva interpretación literaria de los efectos de la política latinoamericana sobre los individuos que rige.

En su reciente libro, precedido por las novelas Respiración artificial (1980), La ciudad ausente (1992 ) y Plata quemada (1997), Piglia buscaba expresamente acercarse a la épica a través de las agudas experiencias de sus personajes. Así lo dijo a Literal: Latin American Voices, durante una entrevista en la reciente edición de la Feria del Libro de Guadalajara

—“Debemos tratar de escribir novelas que pongan a los lectores frente a personajes que nos den una dimensión de la experiencia mucho más profunda, dramática e intensa”, apuntó entonces.

Pero en Blanco nocturno el escritor nacido en 1940, en una provincia de Argentina llamada Adrogué, trasciende los géneros. No sólo crea una historia policial al comenzar la anécdota con el crimen que investiga el extravagante detective Croce, sino que se acerca al héroe clásico en la caracterización del correcto Luca Belladona y pasando desde del género policial al épico, una característica que hace singular a su cuarta novela.

La novela empieza con la investigación del asesinato de Tony Durán, un misterioso puertorriqueño enredado con las gemelas Belladona, “hijas y nietas de los fundadores del pueblo”. El detective Croce descubre al asesino a sueldo, pero es en la acontecida búsqueda del autor intelectual del crimen donde se prefigura la red de traiciones que envuelve a la acaudalada familia.

El lector no tardará en emparentar al investigador de la pequeña provincia de Buenos Aires con el Auguste Dupin de Edgar Allan Poe o con el Hércules Poirot de Agatha Christie. “La invención del detective es la clave del género”, apunta en su ensayo El último lector (2005) Piglia, para quien este personaje es un “nuevo Hamlet que (…) encuentra en el espacio de la lectura y el desciframiento un modo de salir del mundo arcaico” y “entrar al universo de la pura razón”. Al igual que el Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle, Croce comete extravagancias, como mandar cartas anónimas para promover chismes o encerrarse en un manicomio para pensar—“de vez en cuando hay que estar en un loquero, o hay que estar preso, para entender cómo son las cosas en este país”, se le lee decir en Blanco nocturno—. Su excentricidad es la fuente de su agudeza, pues la separación de su comunidad le permite la lucidez necesaria para “ver la perturbación social, detectar el mal y lanzarse a actuar”, según escribe Piglia en el citado ensayo. Por eso Croce descubre que no descubrió nada y que se enfrenta aun complot cuya trama nunca podrá develar completamente, como se lee en su amarga reflexión: “no es cierto que se pueda restablecer el orden, no es cierto que el crimen siempre se resuelve… No hay ninguna lógica. Luchamos para restablecer las causas y deducir los efectos, pero nunca podemos conocer la red completa de las intrigas”. Con esta introspección el detective de Piglia desafía a los tradicionales, cuyo triunfo radicaba en demostrar la supremacía de la razón y los métodos deductivos sobre lo que Raymond Chandler llamaba “el mundo profesional del crimen”.

La pista de un maletín lleno de dólares signa el cambio del género policial al épico, al abrir la posibilidad de un personaje de la tradición clásica. Emparentado con Edipo o Perseo, Luca Belladona se empeña en la proeza mantener su fábrica de automóviles, aunque tiene todo en contra. “Era el único hombre que conocían en el pueblo y en el partido y en la provincia (…) que se había aferrado a una ilusión, o mejor a una idea fija, y el empecinamiento lo había llevado a la catástrofe. Desconfiaban de él y consideraban que esa decisión de no vender [la fábrica] era una actitud que explicaba todas las desgracias que le habían sucedido en la vida y explicaba también que hubiera terminado aislado y solo, como un fantasma, en la fábrica vacía, sin salir nunca y sin ver casi a nadie”, se lee en Blanco nocturno. Su profundidad épica se evidencia en el dilema al que se enfrenta cuando intenta reclamar los dólares que su padre había mandado a traer con Durán desde Estados Unidos y que estaban en el maletín que apareció en la escena del crimen. Se le presenta con grosera simpleza durante el juicio: si aceptaba que el asesinato lo había cometido Yoshio Dazai, un amigo del puertorriqueño a quien el juez Cueto había inculpado arguyendo un ridículo móvil pasional, el caso quedaba resuelto y Luca recuperaba el dinero que necesitaba para salvar su fábrica. Pero, si no afirmaba la culpabilidad del japonés, el caso seguía abierto y la evidencia permanecería incautada durante años, como prueba del delito.
En la disyuntiva aparece la urdimbre de un oscuro complot cuya investigación asemeja una cacería nocturna, en la cual por más pistas que se encuentran, nunca se puede dilucidar completamente la magnitud del entramado, pues al arrojar luz sobre unos aspectos se ensombrecen otros. A esa imagen remite el título del libro según lo explicado en el capítulo diez, cuando Croce y el periodista Emilio Renzi –el personaje del escritor típico de las novelas de Piglia— atravesaban el llano en un automóvil con la lámpara captahuellas encendida y “de pronto vieron una liebre, paralizada de terror, blanca, quieta en el círculo iluminado, como una aparición en el medio de la oscuridad”. La investigación estaba perdida desde que comenzó: era un blanco nocturno, un hombre enfrentado a un complot urdido en la oscuridad.

Articular su obra sobre un complot que ilustra la minusvalía individual frente a la corrupta maquinaria política es un acierto del autor que acerca su prosa a la reflexión política. Durante la conversación con Literal, el profesor de literatura hispánica en la Universidad de Princeton enfatizó que considera a la intriga como la estructura que mejor ilustra la percepción que tiene el sujeto del entramado comunitario en el cual vive: “Las grandes crisis económicas producen tragedias en los individuos que ellos mismos no entienden, porque eso les parece un mundo oscuro y se imaginan un complot destinado a destruirlos personalmente”. Blanco nocturno, de esa manera, trasciende de nuevo las fronteras de la novela policial, pero esta vez no sólo hacia la narrativa épica, sino hacia el ensayo político. “La literatura policial es también política, a pesar de que no sea explícita la relación; aunque uno no sabe quién era el gobernador en la época de Chandler, puede percibir bien la relación entre corrupción, dinero, poder político y las estructuras policiales de la época”.

El interés de Piglia en la política se circunscribe a sus efectos sobre la vida cotidiana y por eso prefiere el punto de vista del hombre común atrapado en la telaraña de mentiras burocráticas, como Luca Belladona. De esa manera, la novela enuncia un análisis de la historia política argentina, no con la grandilocuencia que Piglia critica de la Literatura del Boom, preocupada por la descripción de brutales dictaduras desde sus gobernante, sino por la anécdota menuda que permite al lector contemporáneo identificarse con los conflictos de los argentinos de principios de los años setenta que describe el libro. “Es difícil hoy, por suerte, dar una respuesta única a qué relaciones hay entre política y literatura. En otra época decíamos que eran novelas que investigaban al poder, pero se trataba del poder político explícito y hoy tenemos una relación con el poder distinta”, explicó el autor al referirse a las relaciones la tradición literaria latinoamericana que lo antecedió y de sus propias obras con la política.
A través de la unión de lo policial, lo épico y el ensayo político, este escritor—para quien “lo único que define a la novela es ser una narración con personajes distintos a los de la tragedia, pues en esta última los personajes responden a un destino, a una tradición trascendente y hablan con los dioses sin entender bien sus mensajes”— excede la tradición de las letras latinoamericanas y se inserta en las heterogéneas tendencias posmodernas.

No es la primera vez que Piglia intercala géneros, según explica ha trabajado con “novelas conectadas con discusiones ensayísticas, como Respiración artificial, y con otras que son una circulación por relatos, como La ciudad ausente”. La diversidad de géneros que expone en Blanco nocturno evidencia su credo literario, según el cual la hibridez es el espacio por donde “están pasando las cosas más interesantes que se están escribiendo ahora en América Latina y Estados Unidos”.

Blanco nocturno, al estructurarse sobre la metáfora del complot, constituye una evolución desde la novela policial hacia la narrativa épica lo cual puede apreciarse a través de los personajes del peculiar detective Croce y el apacible Luca Belladona y ambos, el primero oponiéndose al sistema y el segundo que desconoce a qué se enfrenta, terminan enredados en la misma telaraña de intrigas políticas. Por eso, al finalizar la novela al lector le atacará la inquietante certeza de que, en los estados manejados por los bárbaros, los sucios cordeles que mueven las pugnas entre los hombres no sólo son invisibles sino inevitables.

viernes, 4 de febrero de 2011

El avispón verde. Una reseña


Por Jaime Perales Contreras


Recientemente se estrenó El avispón verde. El cruzado de nombre Britt Reed, director del periódico El centinela, y su valet coreano, experto en artes marciales, llamado Kato le proporcionan un especial sabor nostálgico a la última generación de baby boomers norteamericanos que recuerdan con cariño el serial de los sesenta que lanzó al estrellato al actor Bruce Lee. Por ello, la idea hacer un filme basado en este personaje parecía una buena y, sobre todo, lucrativa idea.

Es impresionante enterarse que el proyecto duró más de veinte años para que se cristalizara y que se incluyeran nombres como George Cloney, Mark Walberg, Greg Kanner, Jason Scott Lee, y Jet-Li, entre la lista de varios de los candidatos a protagonizar a este Don Quijote y Sancho Panza de la época moderna.

El proyecto se consolidó hasta julio del 2007, cuando se contrató al comediante Seth Rogen para que fuera el actor protagónico, el guionista y el productor ejecutivo del filme. Rogen, aunque en esas fechas no había escrito el guión, anticipó que tendría el tono de comedia y acción de las películas Arma letal y 48 horas.

La película, a pesar de las grandes expectativas y el tiempo invertido para su gestación, es bastante mala. Es verdad, es una versión menos oscura de lo que era el serial de los sesenta. Sin embargo, la película ni es lo suficientemente graciosa, ni tampoco el desarrollo del filme presenta el interés suficiente de una película de acción.

El filme es un amasijo de chistes aislados. Poquísimos de ellos son buenos. Especialmente dos son brillantes, (el gag del uso de la pistola de gas) pero fuera de esos dos, la película se vuelve tediosa. Seth Rogen se ve como un pez fuera del agua con su caracterización de Britt Reed. Por su parte, el cantante y actor Jay Chou, se desempeña mejor en la película como Kato. Cuando Chou viste el conocido disfraz de chofer, luce sorprendentemente similar a Bruce Lee. Sin embargo, en las escenas de pelea, Chou, o la persona que lo dobla, no llenan los zapatos de la estrella de artes marciales. Ninguna de las escenas es creíble. Las espectaculares coreografías que Bruce Lee montaba en la serie y en sus películas se suplen en esta película con tecnología digital ¿Si hay tantos actores y actrices expertos en artes marciales porque hacer algo generado en computadora? ¿Qué es lo que se intentaba hacer? ¿Reinventar el personaje? De hecho, si la idea era rehacer ciertos elementos de El avispón verde, ¿por qué no haber tomado la idea de uno de los guiones iniciales, que tenía en mente transformar a Kato en una bella y escultural mujer? --Algo que de hecho se hizo en dos de las novelas gráficas - La idea hubiera sido más atractiva para esta película, dado que ahora, con actrices como Maggie Q o Gong-Li, que saben actuar y que a su vez, son expertas en artes marciales, le hubiera dado un tono más interesante y creativo.
El talento del antagonista de la película, Christoph Waltz, también es completamente desperdiciado. Su personaje, Benjamín Chudnofsky, al igual que Rogen, se queda a la mitad. El resultado es una caricatura predecible de un villano de película que abunda en cualquier película barata tipo B. No sorprende ver porque Nicolas Cage, que fue la primera opción, rechazara el papel de villano al leer el mediocre guión escrito por Rogen y por Evan Goldberg. Al villano le faltaba desarrollo, según Cage y eso se da uno cuenta cuando se ve actuar a Waltz.

La banda sonora que se utiliza, tampoco es convincente. Es una pena, dado que fue hecha por James Newton Howard (colaborador del talentoso Hans Zimmer). El director italiano Sergio Leone mencionaba en alguna ocasión que una película puede pasar de mediocre a buena y de buena a excepcional por la banda original. ¿Qué se puede decir de El graduado, o de El último tango en París o de El bueno el malo y el feo, del propio Leone? El éxito de ellas se debe en mucho a la música de fondo lo que las hace memorables La adaptación de El vuelo del abejorro, en trompeta, hecha por Al Hirt, define a El avispón verde, como La obertura de Guillermo Tell en El llanero solitario, o la inconfundible música hecha por Lalo Schfrin para Misión Imposible. El tema de Hirt se toca muy de pasada, hasta el final del filme, y eso hace que la película también pierda tono ¿Por qué Newton Howard no hizo lo que Danny Elfman con el filme de Misión imposible, que dejó como tema principal la obertura en jazz de Lalo Schifrin y agregó simplemente musica adicional? Misterio.

Lo triste del guión de Rogen y Goldberg es que se observa que hubo investigación histórica sobre el personaje y que muy probablemente hubo un esfuerzo capital para hacer una película memorable. En el vestuario se observa que no sólo es un homenaje al programa de televisión de los sesenta sino a los dos seriales de la década de los cuarenta. Vemos a El avispón verde y a Kato, en sus disfraces iniciales, que toman elementos de los disfraces de los protagonistas de los seriales. También, en el guión, se encuentra la rivalidad que empezó a haber entre Van Williams y Bruce Lee. Según se cuenta, Van Williams se sentia opacado ante las habilidades en artes marciales e histriónicas de Bruce Lee. También, Lee se quejaba constantemente que Kato era un personaje demasiado sumiso—algo contrario a la personalidad de Bruce Lee-- y eso no contribuía a una imagen positiva para la comunidad asiática. Además, Lee siempre afirmó que el éxito de la serie se debía fundamentalmente a él. Todo esto colaboró como elemento adicional a que la cadena ABC decidiera clausurar la serie rápidamente. La solución salomónica fue que tanto Van Williams como Bruce Lee fueron democráticamente corridos al cancelarse la serie y con ello se acabó la rivalidad.

La rivalidad, ficticia o real entre Williams y Lee, se mostró en el filme parcialmente biográfico de Bruce Lee titulado, Dragon: The Bruce Lee Story (1993). Este tema es aprovechado en el filme cuando Rogen y Chou se pelean a puñetazos y en el que Chou le reclama a Rogen su ego enfermizo, afirmando que Kato es la persona que lleva la batuta en esta particular asociación anticrimen.

Realmente la actuación de todos los actores es tan mala, que solamente se salva un personaje femenino en la película. Y no es Cameron Díaz, que también no hace un papel muy convincente, sino el auto del Avispón verde, llamada La belleza negra. ¡Así de mala es la actuación combinado con el guión de la película!

La película fue un éxito de taquilla Es verdad. Sin embargo, la razón, muy probablemente sea por las grandes expectativas que generó, por el tiempo en que tardó en cristalizarse el proyecto, porque no había habido una película de gran presupuesto que se hubiese ocupado del personaje y por la obvia campaña millonaria de relaciones públicas. Sin embargo, el filme es olvidable; la modesta serie de los sesenta la supera en mucho.

Como elemento anecdótico final, como se mencionó anteriormente, hubo un programa de radio en la década de los treinta titulado El avispón verde y dos seriales en los cuarenta. Uno de ellos tuvo el papel de Kato a Keye Luke, quien más tarde sería conocido como el maestro ciego Po, en la serie Kung-Fu (1973). Asimismo, el autor de El avispón verde fue Fran Striker, quien junto con George W. Trendle, crearon ni más ni menos que a otro famoso enmascarado. Britt Reed, alias El avispón verde, en el mundo de la fantasía, es bisnieto, ni más ni menos, que de John Reed, el incorruptible Texas Ranger, mejor conocido como El llanero solitario. ¡Hi-Yo Silver!

miércoles, 2 de febrero de 2011

El libre albedrío en "Abundancia"

Recientemente, la escritora argentina Mori Ponsowy autora de Abundancia, recibió el Premio Internacional de Novela Letra Sur 201: La autora nos concedió una entrevista en donde se abordan temas sobre la anorexia, el libre albedrío y otros tantos que concurren en Abundancia (la cuál se puede conseguir en esta página web )

Rose Mary Salum: Abundancia es una novela que fluye espléndidamente y de forma muy visual. ¿Nos podrías hablar de tu proceso creativo? En una entrevista ya mencionabas que no eres una persona visual y sin embargo, la novela lo es de forma premeditada. ¿Cómo transitas entre la parte racional y la imaginación que todo proceso creativo necesita para concebir un universo tan ajeno a ti?


Mori Ponsowy: Es curioso… desde que se publicó Abundancia tantas personas me han dicho que la novela es muy visual que ahora he empezado a dudar de aquella afirmación mía de que yo no lo soy. ¿Será que siempre fui visual sin darme cuenta? ¿Será que me hice visual de tanto intentarlo? Me parece que yo sentía como un defecto en mi escritura la escasez de descripciones y, por eso, me forcé a describir cada escena tanto como pudiera. Recuerdo estar escribiendo y preguntarme: ¿si una cámara registrara este momento de la historia, qué se vería? Veía las escenas ante mí como si fueran una película. Mi trabajo de escritora consistía, entonces, en contar esa película lo más fielmente posible, sin dejar escapar demasiados detalles. A veces decidía hacer zoom-in: y ahí tienes la escena de la araña y la mosca en la ventana del baño, los ojos amarillos del gusano en el agua, y muchas otras. Pero, claro, hay cosas que el ojo interior ve mejor que el de la cámara: el miedo, la envidia, el dolor, la esperanza. Para describir eso que la cámara no puede ver hay que usar otras herramientas. Sin embargo, también entonces intenté narrar lo que “veía” con fidelidad, manteniendo los ojos abiertos aunque lo que descubriera no fuera agradable. Aunque me asustara.


RMS: En Abundancia subyace un cuestionamiento sobre la libertad. Ahora yo te pregunto, ¿crees que existe la posibilidad de la libertad o somos el producto del proceso natural del universo y el producto de reacciones químicas y físicas de la naturaleza como se sugiere constantemente por las imágenes que utilizas?

MP: Estamos acostumbrados a pensar que somos libres. Creer que somos dueños de nuestros actos es halagador: nos sitúa en un lugar privilegiado del universo natural. Cuando empecé a leer trabajos científicos relacionados con el libre albedrío me indignaba la manera tajante en que biólogos y neurólogos afirman que nuestra libertad es un espejismo. Después, Sapolsky me dijo que consideraba que la libertad no existía, y lo afirmó con tal aplomo, que yo no lo podía creer. Quizá Abundancia sea una rebelión contra eso. ¿Qué sentido tiene la literatura si no somos libres? ¿Cómo puede importarnos y apasionarnos el destino de un personaje si lo que ese personaje representa –nosotros- es el más puro determinismo biológico? Más aún: ¿qué sentido tiene intentar ser mejores personas, enderezar nuestras vidas, cambiar nuestros vicios por virtudes, si no somos libres? Todo eso pensaba mientras escribía. Pero ahora, dos años después de haber terminado la novela, cada vez me convenzo más de que somos hidrógeno, carbono, oxígeno… Electrones nacidos en las estrellas.




RMS: La escritura de Abundancia es ligera y muy ágil. Es una forma de hablar de una sociedad que de desliza en la superficie del lenguaje sin mucho sustento filosófico, sin un sentido claro del futuro. Esta forma de ser, esta supervivencia (constantemente reforzada por los eslóganes de los productos que bombardean la vida de todo individuo) aparece como una actitud muy animal y tú constantemente haces referencia a eso. ¿Podrías elaborar esto?

MP: Muchas veces me pregunto quién nos va a pensar en el futuro cercano. ¿Qué filósofos intentarán explicar este mundo vertiginoso en el que vivimos y que cambia tanto y tanto cada día? Para ser más exacta, la pregunta no es “qué filósofos”, sino: ¿seguirá habiendo filósofos? Veo a los niños y adolescentes abstraídos frente a sus pantallas, con una disminuida capacidad de focalizar la atención debido al multi-tasking, con una capacidad de lectura también disminuida porque cada vez se lee menos profundamente, y, entonces, se me ocurre que en vez de estar protagonizando el ascenso del hombre, estamos protagonizando su descenso a los instintos más primitivos. Los mismos instintos a los que apela la publicidad. Los mismos instintos a los que apela, hoy, la política. Porque la política que nació en la polis, que en algún momento pretendió ser una construcción de ciudadanía, de elevación del ser humano, hoy también se maneja a través de la publicidad. ¿Quién nos piensa, entonces? ¿Quién o qué nos salva? Se me ocurre que una respuesta posible es: el arte.


RMS: En tu página web publicaste un capítulo que nunca llegó al libro, Sin embargo, mencionas “la diferencia entre una línea recta y una línea de forma redondeada; entre puntos que avanzan estrictamente siempre en una misma dirección, y puntos que giran y dan vueltas en el plano, como si bailaran. Me gusta pensar que la diferencia que hay entre una línea recta y una curva es la misma que hay entre la monotonía y la sorpresa.” ¿Abundancia ha sido una sorpresa?

MP: La sorpresa fue que ganara el Premio. Había quedado de finalista en dos premios importantes anteriormente, pero no había ganado y yo empezaba a descorazonarme. ¡Y al fin ganó!

RMS: ¿Podrías compartir cómo surge la idea de esta novela?


MP: Estaba escribiendo una obra de teatro y algunos de los protagonistas eran los mismos de esta novela. Estaba todo muy crudo y me sentía bastante desorientada. Una mañana, de pronto, apareció el texto del primer capítulo. Completo, así, de corrido, como si alguien me lo estuviera dictando. Dejé la obra de teatro y me volqué a la novela. Me di cuenta pronto de que la idea de fondo sería la oposición entre libertad y destino. La ciencia no cree en la libertad, pero el arte y, sobre todo, la novela, no es posible si los personajes no logran cambiar, transformarse, reinventarse.

RMS: ¿Te sucedió con frecuencia en la escritura esa experiencia de que el texto llegara como dictado por alguien que no eres tú?

MP: ¡Lamentablemente, no! Ese dictado fue un anzuelo de esos que te tira la vida como para engañarte, porque ningún otro capítulo salió así de fácil. O, mejor dicho: sí, hubo dos capítulos que también surgieron como dictados… ¡pero después no funcionaban dentro de la novela y tuve que apretar “delete”!

RMS: ¿Cómo vez la literatura argentina en la actualidad ¿goza de buena salud?

MP: Si salud es sinónimo de vitalidad, la literatura argentina está más sana que nunca. Basta entrar a las librerías o comprar cualquier suplemento cultural para ver cuánto escribimos los argentinos. Poesía, ensayos, cuentos, novelas… sólo en Buenos Aires, cada semana, hay decenas de lecturas de poesía. A veces pienso que este es un país donde hay más escritores que gente. Y aunque eso sea una exageración, ciertamente, hay más escritores de los que la cantidad de lectores puede asimilar. Esa, quizá, es la parte poco saludable. ¡Escribimos tanto que para ser leídos necesitaríamos importar lectores! ¿Pero, de dónde? Porque me parece que se trata de un problema mundial: la cantidad de lectores crece aritméticamente, mientras que la de libros publicados parece aumentar exponencialmente. Cabe preguntarse: ¿por qué escribimos tanto? ¿Por amor a la literatura? ¿Por necesidad creativa? ¿Por puro afán de ser leídos? 



RMS: ¿Qué libro de la literatura universal o Argentina te hubiera gustado haber escrito y por qué?

MP: ¡Por fin una pregunta fácil! “The Human Stain” de Philip Roth. Y, después: “American Pastoral”, también de Roth. Lo admiro profundamente. He leído esas dos novelas muchas veces y en cada lectura vuelvo a quedarme anonadada por su talento narrativo, la profundidad de su mirada, la compasión tremenda que tiene por sus personajes. El único escritor al que admiro y amo más que a Roth es Joyce. 



RMS: La pregunta obligada ¿qué planes tienes para el futuro?

MP: Quiero ser feliz. No todo el tiempo, claro. Ya sé que eso no es posible. Pero quisiera deslastrarme de preocupaciones y tristezas innecesarias. ¿Será posible aprender a ser feliz? ¿Qué piensas? Quiero estar más tiempo sin hacer nada, mirando un árbol. Quiero nadar más, bailar más. Y también quiero escribir más y mejor… ¡y seguir ganando premios!