Por Renée Sum Scott (University of North Florida)
Lucrecia Martel nació en la provincia de Salta en el noroeste argentino. Es importante mencionar este dato porque allí localiza sus tres largometrajes: La ciénaga(2001), La niña santa (2005) y La mujer sin cabeza(2008). Por medio de personajes femeninos, que son el eje de acción de sus películas, desmonta una visión idealizada de la sociedad salteña, mostrando sus conflictos y prejuicios. Aunque su obra se inspira en experiencias autobiográficas y locales trata temas universales, lo que ciertamente ha contribuido a su éxito; Martel es la directora más conocida del llamado “nuevo cine argentino”.
Los detallados escenarios interiores contribuyen a subrayar la sensación de desorientación y confinamiento que sienten los personajes. En la descuidada casona en La ciénaga, Mecha, la matriarca de una familia “bien” venida a menos y su prole pasan las horas muertas de la siesta tirados en la cama. El reloj de alarma en la mesa de noche de Mecha marca constantemente las 12:00 porque nadie se molesta en ponerlo en hora. Mientras tanto en su casa de la ciudad Tali, la prima de Mecha, está constantemente tratando de hacerse oír por encima del ruido que viene del bar vecino. En La niña santa, la adolescente Amalia vive con su madre Helena y su tío Eddy en el antiguo hotel Las Termas, que pertenece a la familia. Con su mobiliario pasado de moda y la pintura descarnada de sus habitaciones, el hotel refleja la letargia física y moral en que se encuentran los personajes que conversan de tonterías sin saber qué hacer con su vida.
Vero, en La mujer sin cabeza, cree que ha atropellado a alguien en la carretera. A lo largo de la película se desplaza desconectada de la realidad entre varios espacios. En su casa entra vestida a la ducha, llega a su consultorio de dentista y se sienta en la sala de espera. La tía Lala pasa los días postrada en la cama teniendo apariciones y escuchando voces del más allá. Comenta Josefina, la cuñada de Vero: “En esta familia todos terminan perdiendo la cordura” mostrando el proceso de decadencia que las protagonistas de Martelson incapaces de detener. Mientras que en el cine hollywoodense los teléfonos son un signo opulencia, en los filmes de Martel están asociados al fracaso de la comunicación. Mecha se niega a hablar por teléfono con Mercedes, la antigua amante de su marido. Vero en La mujer sin cabeza tampoco usa el teléfono de su dormitorio. Las sirvientas generalmente realizan las llamadas mostrando hasta qué punto las protagonistas han perdido contacto con lo que ocurre fuera de sus habitaciones y dependen de las mujeres indígenas a quienes por cierto desprecian. En La niña Santa el teléfono tampoco promueve la comunicación entre los personajes. A Helena le disgusta que su ex marido la llame por teléfono y cuando su hermano Freddy finalmente disca el número de su ex esposa en Chile, cuando ésta contesta cuelga el auricular sin hablarle.
Martel se dedica a derrumbar la imagen de la madre abnegada y sacrificada a la que se debe un respeto eterno, tan importante para el catolicismo, sobre todo en los países hispanos. Cuando en La ciénaga la alcohólica Mecha se cae y se hiere el pecho con los trozos de los vidrios de unas copas su hija adolescente Momi (que aún no tiene permiso de conductor) tiene que llevarla al hospital. Su hijo Joaquín ha perdido un ojo cazando, otro ejemplo de negligencia maternal. Como contrapartida Tali es una mujer activa y emprendedora que trata de mantener el orden familiar, una verdadera mamá de las que cuidan y consuelan. No obstante, en la conclusión dramática del filme su hijo de seis años muere al caerse de una escalera cuando ella se distrae. La conservadora madre de Josefina en La niña santa encuentra a su hija en la cama con el primo, lo que nuevamente sitúa al espectador en una especie de cuestionamiento sobre la maternidad. Para aliviarse de un zumbido en los oídos que aumenta y disminuye según la tensión, Helena en La niña santa se encierra en su dormitorio con las persianas bajas, cerrando literal y simbólicamente su conexión con el mundo. Ilusionada con la atención que le presta el Dr. Jano, quien está participando en el congreso de otorrinolaringología quese está realizando en Las Termas, no tiene tiempo de ocuparse de su hija Amalia. En La mujer sin cabeza, Vero está más preocupada por su teñido de pelo que el bienestar de sus hijas. Cuando la tía Lala le dice: “Qué bueno que no tuviste hijos”, en vez de corregirla se queda silenciosa, como si dudara de su propia maternidad.
Otro tema recurrente de las películas es la religión que ocupa un lugar central en la vida diaria de la sociedad salteña. En La ciénaga la Virgen esté presente en la pantalla del televisor y en boca de las mujeres, ya que su figura se ha aparecido arriba de un tanque de agua de la ciudad. En una de las últimas escenas del filme, Momi declara: “Fui donde se apareció la Virgen. No vi nada.” En efecto, estamos frente a una religiosidad vacía que no lleva a los personajes a ninguna reflexión acerca de sus actitudes clasistas y racistas. Mecha abusa de sus sirvientas, a las que se refiere colectivamente como “estos indios”; las acusa de haraganas y ladronas aunque depende completamente de ellas. Cuando el Dr. Jano manosea a Amalia en La niña santa, la inquieta adolescente encuentra su misión en el plan divino: salvarlo del pecado. Mientras tanto su amiga Josefina disfruta de los toqueteos con el primo pero le advierte: “No quiero relaciones premaritales”. En La mujer sin cabeza Vero regala ropa usada y revisa la boca de los escolares, como si estas acciones fueran suficientes para cumplir con el precepto de ayudar al prójimo. Al verla pasar en su coche por las comunidades marginales de la ciudad el espectador queda nuevamente expuesto a esta sociedad conservadora en la que los pudientes blancos y los pobres indígenas interactúan constantemente pero nunca se mezclan.
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